Una muestra más de dosis combinadas de humor inteligente y sátira social es la que el grupo Els Joglars presenta en El Nacional, en este el año en que la compañía teatral cumple sus bodas de oro: 50 años "dando guerra" bajo la dirección del incansable Albert Boadella.
Para celebrar tan ilusionante aniversario, la compañía ha renovado este espectáculo, que vio la luz en 1993, diseñando una segunda versión para el presente año en el escenario del Teatro Nuevo Alcalá (ignoramos por qué no se ha dado en los propios teatros que gestiona el director catalán, los del Canal).
Una magnífica muestra de "teatro dentro del teatro", El Nacional narra la historia de Don José, un viejo, nostálgico e histriónico acomodador del ruinoso Teatro Nacional de Ópera, del que quiere resucitar a toda costa su otrora pasado de gloria y esplendor llevando a escena la ópera Rigoletto de Verdi, que él atribuye erróneamente a Shakespeare, y que representa según él las más puras esencias del arte escénico (los artistas de teatro son, básicamente, bufones). Para ello recluta a través de su agente, el decrépito concertino de violín Paganini, a cinco indigentes extraídos de los suburbios de Madrid (un chulo, una puta yonki, un jorobado farsante, una joven rusa muda que toca el chelo y una anciana polaca más de Berlín que de Varsovia que toca la viola) para poder representar la ópera. A cambio de ello, les permite cobijarse bajo el techo del viejo teatro.
Asimismo, Don José contará con la ayuda de otra amante del "otro tiempo pasado fue mejor": Manuela Castadiva, la fregona del teatro que recuerda cantando con emoción y nostalgia con su bellísima voz de soprano lírica las glorias del pasado belcantista del coliseo (su apellido evidentemente está asociado a la famosa aria de la ópera Norma de Bellini). Don José se las verá y deseará durante toda la obra para introducir e instruir a su manera a esos cinco "desgraciados" y rebeldes en el elevado arte del bel canto italiano. Ante la inminente llegada de unos inspectores de Sanidad amenazando con cerrar el local, y un arquitecto que obliga a todos a desalojar el edificio que va a ser demolido para las obras de construcción de una nueva sede del Deutsche Bank, la desesperación de todos (de Don José por ver perdido su teatro, de los demás, por ver perdido su cobijo) conducirá a la hecatombe y el derrumbe definitivos del renovado arte lírico de El Nacional.
El acusado componente de crítica social, inconfundible marca de la casa de la compañía Els Joglars, se centra en esta ocasión en el mundo de la cultura, concretamente en el género teatral y el oficio de artista. La ópera italiana es la excusa perfecta para articular un entramado satírico mordaz que encuentra su centro de gravedad en el personaje del viejo acomodador Don José, el cual en sus ácidos monólogos pone el dedo en las llagas lanzando dardos envenenados contra aquellos elementos que según él han degradado y pervertido el que en otro tiempo fuera glorioso oficio: cultura elitista, instituciones estatales de gestión cultural, teatros públicos, crítica periodística, artistas petulantes y sumisos, subvencionados y chupópteros, creaciones artísticas vanguardistas e incomprensibles, costosas y ostentosas infraestructuras teatrales, y hasta Ministros del Ministerio de Cultura, entre otros muchos.
La crisis económica actual, por otro lado, ha querido ser enfocada desde el punto de vista netamente cultural (teatral) lanzándose continuas diatribas contra la situación de bonanza que caracterizaba al teatro en su época de opulencia, ostentación y despilfarro, por culpa de un intervencionismo estatal que degeneró en la nacionalización de una cultura elitista y la subvención de la disciplina teatral, consiguiendo con ello la pérdida de la belleza poética que tanto reivindica el viejo acomodador en contra del realismo, que tanto odia, como demuestra continuamente cuando el chulo y el jorobado se encaran, empuñando sus navajas. A todo ello se suman las obras sumamente vanguardistas e inasumibles por el gran público que actualmente pueblan por doquier los escenarios de los teatros líricos (sutílisima alusión a la gestión del actual director artístico del Teatro Real de Madrid, Gérard Mortier).
Pero Boadella no se conforma con criticar la corrupción del teatro en toda su extensión, sino que en la obra aparecen menciones y puyas más o menos veladas a realidades de nuestro entramado social, a situaciones concretas o a noticias de actualidad reciente de nuestro país, como los indignados, los okupas, la Ley Antitabaco, el Rey, unos inspectores de Sanidad, un arquitecto de construcciones, un periodista de El País, o la continua obsesión de Don José hacia los sindicatos. Todo ello aderezado de divertidas situaciones cómicas y humorísticas que rozan el esperpento y el disparate, sin caer en el chiste fácil.
No podían faltar los fuertes estereotipos que perfilan y definen inequívocamente a los respectivos personajes de la obra, muchos de ellos enormemente descacharrantes: el nostálgico, idealista y algo chiflado acomodador de un teatro decadente que vive en una permanente situación de equívocos hasta en la autoría de las obras; la rústica fregona que posee unas cualidades vocales y actorales óptimas para la ópera, que ve renovada su vocación lírica con el resurgimiento del Teatro del que es empleada; la joven y bella prostituta que desea seducir y tirarse al viejo acomodador para progresar en su nueva carrera artística (a pesar de no valer absolutamente nada para ello); Carlos, un chulo-putas que desea desbancar a su rival el jorobado Peñón en el papel de Rigoletto robándole la joroba con la excusa de ahorrar a la compañía de ópera un componente; un joven periodista paradigma de la crítica pedante que es fusilado en escena por orden de Don José, o el arquitecto aparejador, representación de la voracidad urbanística financiera que igualmente es apuñalado "más que teatralmente" por los enajenados indigentes al compás del aria de Rigoletto "Cortigiani, vil razza danata".
Encontramos asimismo de arriba a abajo una sutil y significativa símbología que anima al espectador a leer entre líneas y que, en determinados momentos, se plasma visualmente en banderas: el dólar (valor material), una cruz (valor religioso), la bandera nacional española (valor patrio) y dibujo de una familia (valor familiar) al ritmo de un pasaje del dúo de Gilda y Rigoletto del acto segundo: "Patria, parenti, amici".
La obra se sustenta sobre un elemento tan arriesgado a la vez que enormemente complejo al que recurre Boadella en sus producciones "musicales" (se lo hemos visto en Amadeu): el de asociar situaciones dramáticas de la propia música utilizada (fragmentos de la ópera Rigoletto y otros famosos títulos de repertorio operístico italiano tratados a la manera de pequeños retales musicales: La Bohème, Norma, Madama Butterfly, Aida, El barbero de Sevilla) con la propia acción dramatúrgica de la obra representada, consiguiendo un elevado nivel de fuerza expresiva sin decaer en ningún momento el ritmo escénico, gracias por ejemplo a la grotesca y/o dramática escenificación coreográfica que acompaña a ciertas escenas y a los expresivos recitados que en ocasiones Don José realiza sobre la música. Podríamos decir que lo que comúnmente se denomina en teatro pathos, katarsis o íntima emoción de lo que ve el espectador en escena, está realmente conseguido (a pesar de que Don José asegura irónicamente que la tragedia griega no es terreno exclusivo de su arte).
Escénicamente, Boadella nos presenta una encomiable muestra de economía de medios que contrasta radicalmente con la ampulosidad escenográfica que pretende criticar en su obra: un espacio escénico repleto de velas encendidas que adornan la tramoya o estructura interna del escenario del viejo teatro.
Respecto al reparto resulta difícil definir a cada uno de sus integrantes. Los dos jóvenes cantantes líricos (descubrimientos ambos para el que os habla), la soprano Begoña Alberdi como Castadiva y el barítono Enrique Sánchez-Ramos como Peñón, cumplen conjuntamente de manera ejemplar en el plano vocal, poseedora de asombrosos agudos la primera y capacidad interpretativa de gran fuerza dramática el segundo como Rigoletto, y a veces como Duque de Mantua (algo que encaja con su bella voz de barítono atenorado), a lo que se une por parte de ambos una increíble facilidad y dinamismo en el plano actoral. Memorable el simbólico dúo final de una Gilda (Castadiva) herida de muerte y un Rigoletto (Peñón) desesperado cuando los dos personajes se quedan en el escenario en un inmimente derrumbe del edificio por las implacables taladradoras.
Pero el centro y eje de acción de la obra es sin asomo de dudas el ya reputado actor catalán Ramón Fontseré (recordado en la película "Soldados de Salamina" de David Trueba). Su estrambótica encarnación del personaje de Don José acompañada de su óptima caracterización demuestra a las claras que el papel elaborado por el director catalán está hecho a su completa medida. A todos ellos se suman estupendos secundarios que confieren a su personaje el carácter simbólico o grotesco que busca Boadella a través de los mismos y que son contrapunto perfecto en carácter, modo y formas a los del personaje principal. Destacar especialmente el trabajo concertístico que tres de los músicos ambulantes realizan en escena a la manera de grupo de cámara, y que acompaña instrumentalmente los fragmentos cantados que no usan música de orquesta pregrabada (realizada ésta por JORCAM): Jesús Agelet (Paganini, al violín), Minnie Marx (la polaca-alemana, a la viola) y Dolors Tuneu (la rusa muda, al violonchelo).
Y todo ello es El Nacional, una humorada satírica y reflexiva a la vez que cruda y existencial sobre el género teatral en su más amplia extensión. Gracias por hacernos pasar agradables momentos. Enhorabuena por los 50 años y larga vida a Els Joglars.
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