Sábado 12 de noviembre, 20:00 horas. Tercer concierto lírico en el coliseo de la calle Jovellanos dedicado a Grandes Coros de Zarzuela. Bueno, no estrictamente, ya que la gran mayoría de los números de zarzuela programados combinaban presencia coral con intervención de dos solistas vocales. Estos han sido el tenor Antonio Ordóñez y la soprano Milagros Martín.
El auténtico protagonista de la velada, el Coro del Teatro, preparado por Antonio Fauró, impartió una verdadera lección de canto, un saber hacer y un profundo conocimiento de nuestro género lírico que demuestra sobresalientemente día a día en todas las representaciones del coliseo. La conjunción de las voces, la impecable emisión, la gracia al cantar y el ritmo ágil demuestran detrás una consolidada tradición. Tres de sus integrantes masculinos interpretaron en el concierto papeles breves de partichino.
El programa del concierto ha realizado un completo recorrido por la historia del género. Comenzó con números corales de tres verdaderas joyas pertenecientes a los llamados Padres de la Zarzuela: Pan y Toros y Mis dos mujeres de Barbieri y El juramento de Gaztambide, que hace a uno preguntarse cuándo se piensan reponer en el Teatro las producciones de la primera y la tercera, y si estarían para la labor de programar la segunda, como se hizo el año pasado con Gloria y Peluca (Mis dos mujeres sólo pudo verse en escena en el Teatro del Bosque de Móstoles hace ahora ocho años).
De poderse efectuar una producción de otro título programado ayer, El anillo de hierro de Marqués, se puede decir lo mismo; obra que bebe el sueño de los justos y que debe sólo su popularidad al célebre Preludio sinfónico y a las dos romanzas de soprano, siendo las cómicas coplas de Tiburón las que se interpretaron con mucha gracia en este concierto. Se ha echado en falta algún coro de Jacinto Guerrero y alguno más de Chueca (sólo se cantó el coro de lavanderas de El chaleco blanco). Sabemos que elaborar un programa de un concierto no es moco de pavo, y hay que saber seleccionar los fragmentos. Lástima que no haya en la temporada del Teatro un Grandes Coros de Zarzuela II.
Ha sido un auténtico placer para el que escribe ver en concierto a una de esas voces que aún conserva (y ya son años) un bello e inigualable timbre, una emisión casi deudora de la tradición de Alfredo Kraus, un muy buen gusto fraseando, así como una expresividad y emoción subyugadoras con las cuales sigue dotando a sus interpretaciones. A todo ello el ya veterano tenor pacense Antonio Ordóñez otorgó una elegante y refinada presencia en escena. Clamorosa fue la ovación para una interpretación sentida, delicada y muy personal de la canción hungara de Alma de Dios de Serrano ("Hungría de mis amores"), que Ordóñez recibió con sincera emoción y agradecimiento. (¿Para cuándo una entrada en Wikipedia de este gran señor?)
No se puede decir lo mismo, duele decirlo, de la siempre extrovertida Milagros Martín, que entró en escena con la emisión algo forzada interpretando la Jota "Si las mujeres mandasen" de Gigantes y Cabezudos de Fernández Caballero, y que le resultó algo grande la romanza "Sierras de Granada" de La Tempranica de Giménez, con una falta de dicción notable. Más cómoda nos pareció en el pasacalle de las mantillas de El último romántico de Soutullo y Vert y en el chotis de la fuente de la zarzuela El centro de la tierra de Fernández Arbós, obra completa que tiene grabada en el sello Verso, y de la que se nota ha cantado en numerosas ocasiones. Destacar que Milagros se cambió hasta cuatro veces de traje en toda la velada de acuerdo con cada personaje que interpretaba.
Ambos cantantes sólo estuvieron juntos en escena en la maravillosa ronda de Santa Águeda de la ópera vasca Mirentxu de Guridi (otro diamante esperando a ser desempolvado), fragmento que fue un descubrimiento para el que escribe.
La dirección musical del joven Rubén Gimeno a la Orquesta de la Comunidad fue el punto negro del concierto: estuvo asombrosamente acelerada en el coro de repatriados de Gigantes y Cabezudos y en el coro de bohemios de la obra homónima de Vives; percusivamente ostentosa (la zarzuela no es Wagner, por Dios) en la Salve de esa misma obra, que parecía más bien el Te Deum de Tosca de Puccini, y el pasacalle de El último romántico se acercaba más a una marcha militar que a un pasodoble.
Las propinas siempre son obligadas y la generosidad de los intérpretes nos obsequió hasta tres: el vibrante dúo-jota de El dúo de la Africana con el parlamento final graciosamente cambiado: "que te vengas" (Ordóñez), "que no, que me quedo en la Zarzuela" (Martín); la chispeante "ensalada madrileña" de Don Manolito de Sorozábal, y un bis: el coro de bohemios. Como anécdota de la noche señalar que un espontáneo espectador en el primer piso del Teatro no paraba de lanzar loas al Coro, a su director Fauró, y a Ordóñez, llamándole familiarmente Toni. ¿Estaba preparado? Quién sabe.
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