martes, 17 de abril de 2012

Belcanto español con aires caribeños

El Teatro de la Zarzuela, en su feliz afán de recuperación de las zarzuelas olvidadas de nuestro ingente patrimonio lírico, rescata en versión de concierto la zarzuela El Relámpago de uno de los padres del propio coliseo, Francisco Asenjo Barbieri.


Aunque esta obra ya fue puesta en escena tiempo atrás gracias a la infatigable labor de la Compañía Lírica Española de Francisco Matilla, es ahora el coliseo de Jovellanos quien la da un nuevo impulso y la presenta en dos únicas sesiones envuelta en un lujoso envoltorio: las sopranos Ana María Sánchez y Yolanda Auyanet y los tenores José Luis Sola y Lorenzo Moncloa, bajo la batuta de José Miguel Rodilla.

El Relámpago es la primera obra lírica que el bueno de Barbieri estrenó en 1857 en el Teatro que con sus grandes esfuerzos logró levantar. Para ello contó con un libreto elaborado por Francisco Camprodón, afamado libretista autor de la primeriza versión zarzuelística de la Marina de Arrieta. No obstante, Camprodón tomó prestado el texto original de una opéra-comique homónima estrenada dos décadas antes, L'Éclair (1835), del compositor Fromental Halévy (no confundir con Ludovic Halévy, uno de los libretistas de la Carmen de Bizet) sobre texto de Eugéne de Plannard y Henri Saint-Georges inspirado en una novela de la escritora Hermance Lesguillon. Es este uno de tantos fusilamientos o adaptaciones de libretos de opéras-comiques francesas que habían obtenido ciertos éxitos, operación muy extendida a mediados del siglo XIX en nuestro país. La zarzuela suscitó en la época una polémica reflejada en la prensa y causada por el eterno problema del plagio artístico en relación a la composición de obras anteriores por distintos autores, y que bien ilustran las notas al programa de estos conciertos a cargo de Gerardo Fernández San Emeterio.

El argumento, sumamente pueril y sin demasiada entidad literaria, dicho sea de paso, se desarrolla en una hacienda de Matanzas (Cuba) donde se nos presenta a dos hermanas: una amante del campo y la soledad: Enriqueta (soprano), y la otra de la ciudad y del bullicio: Clara (soprano). Jorge (tenor), primo de ambas, debe casarse, por imposición de su tío en cuestiones de herencia, con una de ellas. Aparecerá más tarde el marinero León (tenor) que llega a la hacienda en su corbeta cegado por un rayo, siendo cuidado en su convalecencia por Enriqueta, y de la cual se enamora. Al carecer de visión, las dos hermanas juegan a confundir con sus voces y sus manos al marinero y cuando éste recobra la vista cae rendido a los pies de Clara, por lo que Enriqueta se desmaya, tras lo cual, desaparece de la hacienda. Al volver, se la dará a entender que su hermana Clara se ha casado con León, pero será sacada de su error cuando la presunta pareja le comunica que todo ha sido una estratagema para hacerla volver. Ya no hay obstáculos para que se celebren las dos bodas felizmente: Enriqueta-León, Clara-Jorge.

La música de la zarzuela, muy en la línea de su primera creación lírica importante, Jugar con fuego (1851), o de Los diamantes de la Corona (1854), es inspiradísima. Está impregnada de una genuina estética belcantista con líneas de canto al más puro estilo italiano que recuerda a las grandes óperas de Bellini, Donizetti o al primer Verdi influenciado por los anteriores. Estructurada en tres actos, cada uno de los cuales se cierra con un brillante concertante, la obra posee auténticas joyas y hallazgos de suma belleza melódica, como el dúo entre las dos sopranos, Enriqueta y Clara, del I acto (parece evocar al dúo de Adalgisa y Norma de la ópera Norma), las romanzas que posee el personaje de Jorge en los actos I y III, la romanza de Enriqueta del acto II (con un memorable diálogo con el fagot), el dúo a ritmo de seguidilla entre León y Enriqueta, o los encantadores coros masculinos de esclavos neguitos de la hacienda, que con su particular habla ponen el contrapunto caribeño a la trama amorosa, donde Barbieri presenta ritmos sincopados (habanera, tango), siendo una especial monada el Aire de tango "¡Ay qué guto, qué plasé!". Destacable por otro lado el pasaje descriptivo que Barbieri introduce en la orquesta del desarrollo de una tormenta en el barco; ese ambiente romántico asociado a los elementos funestos de la naturaleza podría emparentarla en cierta medida, salvando las distancias, con La tempestad de Chapí.

Se ha elegido para esta recuperación a un sobresaliente cuarteto de ases que gracias a la calidad de sus voces, su enorme expresividad y su admirable coordinación con coro y orquesta, han ofrecido una velada única de belcanto español. Las voces de Yolanda Auyanet y de la eminente Ana Mª Sánchez realizan una perfecta y armoniosa combinación por sus características vocales disímiles. Estupendas en emisión, regulación y caudal sonoro dentro de una gran extensión y amplitud vocal que Barbieri exige principalmente a estos personajes. Especial descubrimiento para el que escribe ha sido José Luis Sola, una voz plena de tenor lírico poseída de un descollante metal, brindando una melodiosa línea de canto como pocas veces se ha oído en este Teatro. Lorenzo Moncloa (tradición lírica en sus venas maternas) bordó su bufo personaje a la vez que narraba escuetamente para el público la trama de la zarzuela.

Junto a todos ellos, las voces masculinas del Coro del Teatro de la Zarzuela nos transportan a la ribera de Matanzas con sus melosos cantos, a la vez que vibrantes y enérgicos, en los números de conjunto y cierres de acto. El maestro invitado José Miguel Rodilla brindó una elegante dirección de la Orquesta de la Comunidad, marcando con especial énfasis los momentos rítmicos, en crescendo y en forte de una atractiva partitura que ya únicamente le resta para su completa y dignísima exhumación, verse representada en el escenario del propio Teatro que se ha acordado de ella, o algo que sería no menos ilusionante, verla grabada en disco.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Me uno a tus alabanzas de la obra y la interpretación, fué una autencica gozad.