Y es que la puesta en escena, sabia, digna y de un gusto exquisito, es una auténtica estampa de la España del comienzos del siglo XVIII, como si de un grabado al óleo se tratase: pelucas francesas, trajes de amplios volantes, casacas, bisoñés, puños, libreas y todo el vestuario asociado a esa época que elaboró el ya fallecido diseñador madrileño Jesús del Pozo para esta producción del año 2000 y que el Teatro desempolva pulcramente como recuerdo a su figura junto a una exposición temporal en el ambigú con algunas de sus creaciones estilísticas.
Todo encaja óptimamente, como los famosos pañuelos de encaje de aquella época. Este montaje de Sagi con escenografía de Gerardo Trotti, dispuesto con el predominio de blancos y amarillos en trajes e iluminación y un tratamiento minimalista acusado (quizá algo excesivo) respecto a los elementos escénicos, recuerda al de la zarzuela Luisa Fernanda que él mismo efectuó para el Teatro Real en 2006, y a la lujosa producción que el propio coliseo de la calle Jovellanos presentó de Los diamantes de la Corona de Barbieri, en este caso debida a José Carlos Plaza.
Es El Juramento (1858) en estilo musical deudora de las óperas belcantistas de Bellini y Donizetti y del Verdi de juventud. Aunque Gaztambide no es el brillante Barbieri en su modo compositivo, en El Juramento sí que se encuentra esa elegancia y finura de líneas melódicas tan característica en el autor de El Barberillo. Romanzas muy líricas (a destacar las de María y el Marqués en el acto 1º), un amplio y brillante concertante que cierra dicho acto, dúos (los de María/Marqués -el más destacado el del piano, un anacronismo de los autores, pues a comienzos del XVIII no existía dicho instrumento- o el de María/Sebastián) y coros (el de los cuchicheos, que abre el acto segundo, asociado inevitablemente al de El Dúo de la Africana; o el del ejército, abriendo el tercer acto, con sones extraídos de la fantasía militar El sitio de Zaragoza de Oudrid) sustentan una partitura con un sabio manejo de la instrumentación y con un tratamiento vocal al más puro estilo belcantista italiano (que posee en las romanzas de los protagonistas cadencias de exigencia desigual).
El libreto que Luis de Olona escribió para El Juramento, ambientado durante la Guerra de Sucesión española (1700-1714), no es demasiado original ni verosímil que digamos, sin contar la corrección en el habla de los personajes que otorga una enorme riqueza literaria al texto. Y es que en el panorama zarzuelístico de mediados del siglo XIX era costumbre adaptar (léase traducir) obras francesas para la escena española, en este caso una opéra-comique de Scribe y Auber.
El argumento narra la historia de María, huérfana protegida por un Conde que pretende casarla con su criado Sebastián, cuando es al sobrino del Conde, Don Carlos, a quien realmente ama la muchacha. El Marqués, capitán amigo íntimo de Don Carlos, aparecerá junto a su subalterno Peralta en la quinta del Conde llevando consigo un juramento que le atormenta, y prometerá a Carlos conseguir el amor de María. Requisto imprescindible será que éste salga de la quinta de su tío durante un tiempo. Sorprendentemente, acto seguido el Marqués pedirá la mano de María al Conde, ante la sorpresa y el estupor de todos.
Los primeros días de casorio son un desastre, María está profundamente dolida por la partida de Carlos, quien cree que la engañó, y la osadía del Marqués por pedirla su mano. Cuando Carlos regresa y descubre la verdad de lo sucedido, exige explicaciones a su amigo, al que considera un traidor. El Marqués explica que planeó casarse con María para que Carlos heredara toda su fortuna, ya que expira el plazo en que él deberá morir en el campo de batalla por acusarle de un supuesto delito de asesinar al rival de su amada. Pero de lo que no ha sido consciente el Marqués es del verdadero amor que ha ido naciendo en María hacia él por haberla regalado libertad y haberse mostrado tan respetuoso y amable con ella. Al final la sentencia de muerte del Marqués es anulada por el Rey que ha sido informado de su inocencia, y él y María pueden vivir felices su amor.
Las voces de esta reposición están en general bastante bien conjuntadas. Una de las triunfadoras de la velada, la soprano Sabina Puértolas, recrea una María inocente y delicada en el primer acto, para desenvolverse más en los dos últimos, cuando se casa con el Marqués y asiste a los flirteos amorosos de su marido con la Baronesa. Su voz carnosa de lírica estuvo bien impostada y con una dicción elogiable regaló la desolada romanza de su personaje y demostró un admirable registro agudo en el concertante y en los dúos con el Marqués y Sebastián. La voz del barítono Gabriel Bermúdez como el Marqués pareció en exceso engolada, sin demasiado cuerpo, entrando muy frío en la famosa romanza; estuvo mejor en la caracterización actoral, con modales nobles y porte elegante.
Más consistencia y color posee la voz del barítono David Menéndez como Don Carlos, interpretando su romanza nocturna de aparición en el acto segundo con bellos armónicos e inflexiones. Desborda la escena con gracia y soltura irresistibles la soprano María Rey-Joly como la pizpireta y voluble Baronesa de Aguafría, una golosina que no dotó de demasiada cursilería y petulancia. Su amplio registro de ligera lo demostró soberbiamente en el primer número vocal de la zarzuela, y en su intervención del acto 2º donde imita las galanterías del Marqués hacia ella delante de María, emitió graves de gran mofa y chistosidad. ¿Qué hará esta mujer que casi todos los personajes que está interpretando son ecos deliciosos de la Miss Ketty de Los sobrinos del Capitán Grant? El barítono Luis Álvarez como el venerable Conde demuestra una vez más su perfecto dominio de las tablas: es un auténtico Mesejo del siglo XXI en teatro lírico. El barítono Javier Galán y el tenor Manuel de Diego cumplieron aceptablemente en sus respectivos papeles de carácter más pícaro, Peralta y Sebastián, respectivamente; ambos estuvieron muy lucidos en el plano cómico en su dúo de la borrachera del acto tercero.
El Coro del Teatro se mueve como pez en el agua en este tipo de zarzuelas decimonónicas, sobre todo destacables sus voces masculinas en los dos coros principales de la obra. El director granadino Miguel Ángel Gómez-Martínez debuta con ella en el campo zarzuelístico, y su amplia experiencia ha dotado a su interpretación del encanto y la elegancia belcantista de la partitura, subrayando los momentos más sutiles en los frecuentes solos instrumentales y en la riqueza de planos de los números de conjunto, conteniendo a la Orquesta de la Comunidad de Madrid, sin someterla a expansiones grandilocuentes, lo que facilita ampliamente que las voces solistas puedan apreciarse con más claridad.
Aquí dejo unos vídeos pertenecientes a la producción de este año:
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