Un verano más los Jardines de Sabatini se han vestido de
gala para acoger en su seno una serie de representaciones de género lírico
español. En este caso se ha optado por amenizar y refrescar las noches
madrileñas con el particular subgénero de lo “sicalíptico”, representado
fielmente en la irreverente “opereta bíblica” La corte de Faraón. La popular y taquillera pieza, conocida por todo el público aficionado, con la inspiradísima música del valenciano Vicente Lleó (autor
únicamente famoso en el mundo lírico por esta obra), fue estrenada en el mítico
Teatro Eslava en el año 1910, habiendo estado largo tiempo censurada y
prohibida durante el régimen franquista por considerar su temática como provocadora e
inmoral, ya que el argumento que utilizaron el genial dúo de libretistas
formado por Guillermo Perrín y Miguel de Palacios (considerados como los
“hermanos siameses de la zarzuela”) fue extraído del Antiguo Testamento,
concretamente el episodio del casto José y la mujer de Putifar.
En general la óptica del montaje es clásica y por ello,
acertada, aunque unos pequeños cambios anacrónicos en la semántica original de algunos
de los números musicales, por hacer la obra más actual a nuestros tiempos, podrían
resultar un tanto discutibles. Citamos algunos ejemplos. En primer lugar, las
tres viudas de Tebas han sufrido una completa transformación, un cambio radical
de imagen, más bien: por un lado, una de ellas es un hombre travestido, y por
otro, las tres han sido convertidas en tres drag
queens, dominatrix de
momias (número que a mi gusto le ha quedado a Castejón un poco chabacano). Otra de las versiones libres se encuentra en los célebres cuplés
babilónicos (“Ay va, ay, va…”), donde no la sacerdotisa Sul se ha convertido en
una exuberante cantante de cabaret (María López) y la ambientación a este
espectáculo asociada, o sea, gogós ataviadas con ligas negras y corsés,
jugueteando con sillas. El último ejemplo de la irreverencia personal de Jesús
Castejón, en el sentido no peyorativo del término, lo
encontramos en el no menos famoso “Garrotín” del final, en el que las mujeres
que aparecen en el sueño del Faraón que adivina José son cuatro (una más que en
el original) bailarinas de flamenco, convirtiendo la escena en todo un tablao, con un atrezzo de cartón que simula cantaores y guitarristas donde los tres personajes de este número (Faraón, José y Copero) asoman cabezas y brazos que mueven garbosamente al son de la música, número que al comenzar el ritmo de garrotín se ha "aflamencado" más de lo habitual en esta propuesta escénica.
Todos sabemos que es común a los tiempos modernos por los directores de escena
sacar algunos elementos de contexto de las obras originales, aunque en este
caso, la propia idiosincrasia de la pieza de Lleó no se lo va a reprochar. Es
más, si estos pequeños detalles contribuyen aún en mayor grado al disfrute y el
esparcimiento del público en una calurosa noche de verano madrileña, bienvenidas
sean estas libertades, por lo que se toleran perfectamente a un gran respetador
del género como ha demostrado serlo desde siempre Jesús Castejón.
Otros cambios menores se han localizado en la letra de
algunos de los números musicales, no coincidentes con la letra que se escucha en
las grabaciones discográficas completas de la obra que están disponibles en el
mercado, la más famosa la dirigida por Ataúlfo Argenta de los años cincuenta,
quizá porque en esta época se debía cuidar mucho lo que se registraba de cara
al comercio musical por la acción omnipresente de la censura. Asimismo, se han
percibido en esta puesta en escena ciertos guiños a la película de 1985 que
hizo célebre esta opereta de Lleó: el film del mismo título de José Luis
García Sánchez, protagonizado por Ana Belén y Antonio Banderas en los papeles
principales. Se ha notado al poner en boca de ciertos personajes frases por las
que se entiende que están ensayando la propia obra de Lleó, como ocurría en la
película.
Como es habitual todos los años en Sabatini, todo el reparto
y la orquesta han sido amplificados por micrófonos, lo que en cierta medida
distorsiona la naturalidad del canto y el timbre musical de los instrumentos,
aunque se considera un mal necesario, al tratarse de un escenario al aire libre
con una gran cantidad de contaminación acústica a su alrededor. El reparto ha
contado con una mayoría de actores provenientes de otros géneros como la comedia
musical. Así, encontramos cantantes como Anna Mateo en Lota, con una voz no
plenamente lírica pero llena de sensualidad y que acometió una parte actoral
encomiable, resultando una leona-llorona a partes iguales con Putifar
y el casto José; Javier Ruiz como éste, el cual supo dotar a su personaje de la
suficiente dosis de candidez y melosidad con un desenvuelto movimiento
escénico, o los lugartenientes de Putifar: Francisco Lahoz como Selha y Eduardo
Carranza como Sethi, que pusieron el toque sainetero al espectáculo.
Por otro lado, el barítono Marco Moncloa como el general
Putifar, incumplidor de sus obligaciones conyugales por una herida de guerra en
lo más profundo de su hombría, fue el único que al salir a escena por primera
vez no estaba amplificado, defecto que le subsanaron cuando hizo su primer
mutis y reapareció. Aun así, su voz de naturaleza profunda resultó un tanto
engolada en las pocas frases que le dirigió a Lota. Muy correctas las intervenciones
del tenor Ricardo Muñiz en el intrascendente papel del Gran Sacerdote (con
único protagonismo en el primer número musical de conjunto), de la soprano
Begoña Álvarez como Raquel, consorte de Lota, y de nuestra querida soprano
Milagros Martín (curiosamente la única cantante de todo este reparto que,
jovencísima, participó en la película de 1985, en la cual encarnó concretamente
a Raquel), que exhibió una voz firme en los graves y con precisos filados en su papel de la Reina, esposa del Faraón,
compatibilizándolo con una encomiable actuación en el terceto de la disputa
entre ella, José y Lota. Por encima de todos a nivel actoral destaca una vez
más el tenor cómico Juan Manuel Cifuentes como su esposo el Faraón; sus gags,
su comportamiento disparatado e histriónico y su amaneramiento al hablar hacen
de él sin ninguna duda uno de los más divertidos actores cómicos de la escena
lírica actual, que se supera con creces en cada recreación de un nuevo
personaje.
Destacar igualmente la siempre cuidada coreografía de la hermana del
director de escena, Nuria Castejón. La Orquesta, ignoramos cuál porque no se especifica
en el programa, dirigida por Carlos Aragón hizo brillar en general
con dignidad esta obra de inspiración revisteril y operetística, a pesar de
que ciertos momentos fueron conducidos a una velocidad desorbitada, como la solemne escena coral
inicial o todo el garrotín.
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