jueves, 26 de diciembre de 2013

Regocijo zarzuelero

23/12/2013. Teatro de la Zarzuela (Madrid). Concierto de Navidad. Coro del Teatro de la Zarzuela y solistas del mismo coro, Orquesta de la Comunidad de Madrid, Cristóbal Soler (director). Programa: piezas de Giménez, Nieto, Barbieri, Torregrosa y Quinito Valverde, López Juarranz, Sorozábal, Chueca y Valverde, Padilla, Guerrero, Gaztambide, Vives, Fernández Caballero y Soutullo y Vert.


Por tercer año consecutivo (y esperamos que no sea el último) el coliseo de la calle Jovellanos recupera felizmente el Concierto de Navidad, ayudando a crear el perfecto clima de íntima comunión y hermanamiento entre esa gran comunidad de entusiastas espectadores que integran el público del teatro. Y como la misma festividad navideña invita a unir a los miembros de una familia, los zarzueleros de pro se “arrejuntaron” (como diría un castizo) para compartir, disfrutar y celebrar lo que a los españoles más vivamente nos une en patrimonio musical, nuestra amada y genuina zarzuela, comparable en calidad a cualquier otra representación cultural que a través de la tradición los ciudadanos de un país atesoran y conservan dentro de sí, sin sentirse avergonzados de lo que realmente representa y configura su más pura esencia como nación.

Y como en años precedentes, el maestro de ceremonias de esta gran fiesta musical navideña, Cristóbal Soler, se puso al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid y el Coro titular del Teatro para derrochar alegría, entusiasmo y fervor, en una velada en la que los minutos se escapaban de las manos a través de una adecuada combinación de las piezas más célebres y reconocibles por todos los aficionados de nuestro género lírico junto a otras inéditas, que se presentaron en una justa recuperación. Así, amenidad y frescura, las notas dominantes de la velada, discurrieron sin cesar a los ojos de los gozosos espectadores desde la elegante Polca instrumental de la zarzuela Las mujeres (1896) de Gerónimo Giménez con que abrió el concierto hasta el garboso pasacalle de la revista de actualidad El año pasado por agua (1889) de Chueca y Valverde con que cerró el programa. Las partes solistas de algunos números fueron encomendadas (y es grato que así se hiciera) a miembros del estupendo Coro del Teatro. Merecen ellas (porque realmente las mujeres fueron las grandes protagonistas del concierto) una especial mención por su destacado protagonismo en la pieza o por su misma cualidad vocal.

Aunque sin poseer demasiado volumen, la soprano Graciela Moncloa procuró empastar con el Coro en el brioso pasacalle de las peinadoras del sainete El pobre Valbuena (1904) de Tomás López Torregrosa y Quinito Valverde, al igual que Rosa María Gutiérrez, que otorgó inocencia con su voz de soprano ligera en el animado vals de la bujía de la desconocidísima Luces y sombras (1882) de Federico Chueca y Joaquín Valverde; pero por encima de todas se lució la soprano Milagros Poblador, una gran artista que se mantuvo muy segura salvando las agilidades vocales en la belcantista cavatina de la Baronesa de El juramento (1858) de Gaztambide, tras la que recibió con justicia las mayores ovaciones de la noche. Destacar igualmente la voz de Julia Orellano en la siempre efectiva jota con coro “Luchando tercos y rudos” de Gigantes y Cabezudos (1898) de Fernández Caballero, en la que, subrayando el registro grave, transmitió un entusiasmo y una nobleza de canto que hizo estallar el aplauso. Un poco engolada la gracia que destila el chotis de la revista Cuadros disolventes (1896) de Manuel Nieto por Aranzazu Urruzola y un tanto afectada la caracterización de Alicia Berri en el coro de lagarteranas de El huésped del sevillano (1926) de Guerrero.

Entre los hombres señalar el despiste del Lamparilla del barítono Javier Alonso en las seguidillas manchegas del Barberillo (1874), que incluyó el principio de la segunda estrofa de la pieza en la primera; y el sobrio tío Sabino, más cantado que actuado, de Rodrigo García Muñoz en el coro de la consulta de La del soto del parral (1927) de Soutullo y Vert. Por su parte, muy bien cantadas las breves partes del tío Tono por el barítono Mario Villoria en el coro de hilanderas y pescadores de La bien amada (1924) de José Padilla, cuya sección coral “Te quiero” contiene la melodía de la celebérrima canción Valencia del propio Padilla, la cual sorprendió a algún sector del público, que desconocía que la reconocible y pegadiza melodía de la canción fue originariamente escrita por el compositor para esta zarzuela.

Entre las obras puramente orquestales, amén de la pieza de apertura de Giménez y de ese emblema nacional que representa el Fandango de Doña Francisquita (1923), Soler también incluyó el agradable pasodoble La Giralda (1877) de Eduardo López Juarranz en orquestación de Julio Gómez. Dos de los coros muy poco conocidos que brindó memorablemente la formación titular del Teatro fueron la Habanera de Entre Sevilla y Triana (1950) de Sorozábal y el chotis de Los cocineros (1897) de Torregrosa y Valverde, que venía a complementar el de la revista de Manuel Nieto.

Si el público disfrutó como un enano hasta la última pieza del programa la llegada de las propinas significó un auténtico goce de todo el teatro, desde la platea hasta el último palco del tercer piso. Primeramente, Cristóbal Soler regaló como el año pasado al respetable un villancico popular orquestado, en este caso el “Dime niño de quién eres”, cuyo estribillo el público coreó con mucho entusiasmo a las órdenes del maestro valenciano. Y como en Viena cada 1 de enero con la Marcha Radetzky de Strauss padre, aquí Soler ofreció la oportunidad para que todo el teatro se luciera dando palmas al ritmo de la patriótica marcha de Cádiz (1886) de Chueca. El jolgorio y el clima de parranda aún no habían cesado, pues faltaba que el bromista Soler saliera a escena disfrazado de pies a cabeza de aviador (un guiño a la indumentaria de Ricardo, uno de los personajes de la zarzuela que se está actualmente representando en el teatro, La del manojo de rosas de Sorozábal) e hiciera sonar (y bailar) a coro y orquesta la movida zamacueca de Los sobrinos del capitán Grant (1877) de Fernández Caballero para terminar de enloquecer al público. Quedarse por Navidad en Madrid merece la pena, pero mucho más si se visita el Teatro de la calle Jovellanos para darse una buena dosis de regocijo zarzuelero.

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