Por tercer año consecutivo (y esperamos que no sea el último) el coliseo de la calle Jovellanos recupera felizmente el Concierto de Navidad, ayudando a crear el perfecto clima de íntima comunión y hermanamiento entre esa gran comunidad de entusiastas espectadores que integran el público del teatro. Y como la misma festividad navideña invita a unir a los miembros de una familia, los zarzueleros de pro se “arrejuntaron” (como diría un castizo) para compartir, disfrutar y celebrar lo que a los españoles más vivamente nos une en patrimonio musical, nuestra amada y genuina zarzuela, comparable en calidad a cualquier otra representación cultural que a través de la tradición los ciudadanos de un país atesoran y conservan dentro de sí, sin sentirse avergonzados de lo que realmente representa y configura su más pura esencia como nación.
Aunque sin poseer demasiado volumen, la soprano Graciela
Moncloa procuró empastar con el Coro en el brioso pasacalle de las peinadoras
del sainete El pobre Valbuena (1904) de
Tomás López Torregrosa y Quinito Valverde, al igual que Rosa María Gutiérrez,
que otorgó inocencia con su voz de soprano ligera en el animado vals de la
bujía de la desconocidísima Luces y
sombras (1882) de Federico Chueca y Joaquín Valverde; pero por encima de todas se lució la soprano
Milagros Poblador, una gran artista que se mantuvo muy segura salvando las agilidades
vocales en la belcantista cavatina de la Baronesa de El
juramento (1858) de Gaztambide, tras la que recibió con justicia las
mayores ovaciones de la noche. Destacar igualmente la voz de Julia Orellano en
la siempre efectiva jota con coro “Luchando tercos y rudos” de Gigantes y Cabezudos (1898) de Fernández
Caballero, en la que, subrayando el registro grave, transmitió un entusiasmo y una nobleza de canto que hizo
estallar el aplauso. Un poco engolada la gracia que destila el chotis de la
revista Cuadros disolventes (1896) de
Manuel Nieto por Aranzazu Urruzola y un tanto afectada la caracterización de
Alicia Berri en el coro de lagarteranas de El
huésped del sevillano (1926) de Guerrero.
Entre los hombres señalar el despiste del Lamparilla del
barítono Javier Alonso en las seguidillas manchegas del Barberillo (1874), que incluyó el principio de la segunda estrofa
de la pieza en la primera; y el sobrio tío Sabino, más cantado que actuado, de
Rodrigo García Muñoz en el coro de la consulta de La del soto del parral (1927) de Soutullo y Vert. Por su parte, muy
bien cantadas las breves partes del tío Tono por el barítono Mario Villoria en el coro de hilanderas y
pescadores de La bien amada (1924) de
José Padilla, cuya sección coral “Te quiero” contiene la melodía de la
celebérrima canción Valencia del
propio Padilla, la cual sorprendió a algún sector del público, que desconocía que la
reconocible y pegadiza melodía de la canción fue originariamente escrita por el
compositor para esta zarzuela.
Entre las obras puramente orquestales, amén de la pieza de apertura
de Giménez y de ese emblema nacional que representa el Fandango de Doña Francisquita (1923), Soler también incluyó
el agradable pasodoble La Giralda (1877) de
Eduardo López Juarranz en orquestación de Julio Gómez. Dos de los coros muy
poco conocidos que brindó memorablemente la formación titular del Teatro fueron la Habanera de Entre Sevilla y Triana (1950) de
Sorozábal y el chotis de Los cocineros
(1897) de Torregrosa y Valverde, que venía a complementar el de la revista de
Manuel Nieto.
Si el público disfrutó como un enano hasta la última pieza
del programa la llegada de las propinas significó un auténtico goce de todo
el teatro, desde la platea hasta el último palco del tercer piso. Primeramente,
Cristóbal Soler regaló como el año pasado al respetable un villancico popular orquestado,
en este caso el “Dime niño de quién eres”, cuyo estribillo el público coreó con
mucho entusiasmo a las órdenes del maestro valenciano. Y como en Viena cada 1
de enero con la Marcha
Radetzky de Strauss padre, aquí Soler ofreció la oportunidad
para que todo el teatro se luciera dando palmas al ritmo de la patriótica
marcha de Cádiz (1886) de Chueca. El
jolgorio y el clima de parranda aún no habían cesado, pues faltaba que el bromista Soler
saliera a escena disfrazado de pies a cabeza de aviador (un guiño a la indumentaria de Ricardo, uno de los
personajes de la zarzuela que se está actualmente representando en el teatro,
La del manojo de rosas de Sorozábal)
e hiciera sonar (y bailar) a coro y orquesta la movida zamacueca de Los sobrinos del capitán Grant (1877) de
Fernández Caballero para terminar de enloquecer al público. Quedarse por
Navidad en Madrid merece la pena, pero mucho más si se visita el Teatro de la calle Jovellanos para darse una
buena dosis de regocijo zarzuelero.
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