jueves, 2 de enero de 2014

La fiebre de Chaplin en la Zarzuela

30/12/2013. Teatro de la Zarzuela (Madrid). Ciclo "Chaplin en la Zarzuela". Visionado de películas mudas de Charlie Chaplin con su música original en directo. Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid, Timothy Brock (restauración de la partitura y dirección musical). Kid Auto Races at Venice (1914), The Gold Rush (1925).


Por segundo año consecutivo el Teatro de la Zarzuela de la mano de su flamante director Paolo Pinamonti recupera con sumo acierto estas entrañables y familiares sesiones cinematográficas de películas mudas protagonizadas por Charlot, el inolvidable personaje que creara y diera vida el británico Charlie Chaplin. Como es lógico, la música juega un papel esencial en la continuidad argumental de estas películas mudas, y por eso este año ha contado de nuevo con la restauración de la partitura original a cargo del compositor y director de orquesta Timothy Brock, que a su vez volvió a ponerse al frente de la animosa sección juvenil de la formación titular del Teatro, la Orquesta de la Comunidad de Madrid.

Aunque en abril de este año se visionará otra película, El Circo, con motivo del centenario de la creación del personaje de Charlot y los 125 del nacimiento de su creador y misma esencia corporal y gestual, Charlie Chaplin, en esta ocasión el coliseo de la calle Jovellanos ha presentado una única sesión cinematográfica navideña. Y lo ha hecho para empezar con la película donde aparece por primera vez el vagabundo mundialmente conocido de bigote corto, traje negro, bombín y bastón, que veía la luz el mismo año en que estallaba la conflagración mundial que cambiaría radicalmente la historia de Europa, la Gran Guerra (de la cual igualmente se conmemora el centenario de su inicio en el presente año).

Se trata esta obra de Kid Auto Races at Venice (Carreras de autos para niños o Carreras sofocantes) un breve corto de apenas siete minutos dirigido por Henry Lehrmann que se presentaba como estreno mundial en este teatro y que supuso el debut fílmico de Charlot (que no de Chaplin, ya que éste había rodado antes la película Making a Living). En ella un histriónico vagabundo quiere ganarse el protagonismo de la cámara que está filmando una alocada carrera infantil de autos, colocándose en todo momento en primer plano de la misma, sufriendo los violentos empujones del filmador para que se retire de enmedio, y casi a punto de ser arrollado por los vehículos, lo que provoca cierta vergüenza y desconcierto inicial en los espectadores de la carrera, hasta reírse abiertamente cuando perciben que el vagabundo es un cómico. Quizá el mensaje principal del corto es la curiosidad que aún despertaba ese artilugio tan crucial para el séptimo arte como era la cámara cinematográfica. Aquí la música ha sido compuesta exprofeso por Timothy Brock para este estreno mundial, y acompaña los planos del divertidísimo corto con un animado ambiente circense que describe el avance de los coches en la carrera.


Pero el plato fuerte de esta sesión cinéfila fue la película La quimera del oro, de 1925, con dirección, protagonismo y música original del genial Chaplin. En este caso es la historia de un buscador solitario en plena fiebre del oro americano que lleva a su protagonista a viajar a Alaska, donde pasará mil y una calamidades a causa del fuerte temporal de nieve y las desavenencias con los dos compañeros de búsqueda con los que se topa y convive en una cabaña abandonada, uno de ellos Black Larsen, un bandido en busca y captura y el otro, Jim, con el que llegará a congeniar bastante bien, a pesar de que el hambre le hará pensar que Charlot es un suculento pollo listo para ser asado. En este punto encontramos la famosa secuencia en la que un exhausto Charlot está cociendo una de sus botas para comérsela.

Como siempre en las películas del personaje Charlot, todo el engranaje cinematográfico está orientado a resaltar en el espectador la comicidad de las situaciones ridículas y absurdas presentadas, que es el sello distintivo del éxito y la aceptación por el público de cualquier época que se acerca a las películas del bueno de Charlie Chaplin. Como en todas ellas, el amor también nacerá en el vagabundo, aquí en la persona de Georgia, una bella bailarina algo casquivana de un local de baile donde abundan la banalidad y la diversión que tontea con el mujeriego y bravucón Jack. Después de muchos malentendidos y múltiples infortunios, a Charlot le sonríe la fortuna consiguiendo hacerse rico gracias al oro recolectado por su fiel compañero Jim. En un viaje en barco conseguirá por fin el cariño de Georgia, que, cansada de su asediador, acepta el amor sincero y romántico del otrora inocente vagabundo.

Dentro del catálogo de temas musicales con que decora Chaplin las secuencias o escenas de esta película (entre ellos aires jazzísticos, de cabaret o de music hall), hoy para nosotros minuciosamente ensamblados tras la investigación de Brock, encontramos sugerentes citas de varias obras de música clásica, a la manera de leitmotivs wagnerianos. De esta forma, se identifica "el vuelo del moscardón" de la ópera El zar saltán de Rimsky-Kórsakov en el momento en que en plena tormenta de nieve una corriente de viento se cuela por la puerta de la cabaña arrastrando a una exagerada velocidad a los tres buscadores que se ponen delante de ella; la trompeta con sordina tocando la melodía del "aria de la estrella" que canta el personaje Wolfram en el acto tercero de la ópera Tannhäuser de Wagner para retratar la desesperación, el hambre y la miseria en que conviven en la cabaña asolada por la tempestad; o temas de la opereta La bella Helena de Offenbach y el vals del ballet La bella durmiente de Tchaikovsky para recrear el ambiente festivo en el local de Georgia.


Como el año anterior, el público congregado del teatro (se percibió gran cantidad de familias con hijos pequeños) reaccionaba de forma espontánea haciendo estallar carcajadas como respuesta a cada instante cómico ideado por el genio de Chaplin, hasta llegar al mismísimo aplauso en la disparatada e impagable escena donde el vagabundo y Bill intentan salvarse de la cabaña inclinada peligrosamente sobre un barranco. Los espectadores eran copartícipes de principio a fin del ritmo frenético y alocado de las peripecias de Charlot, ora con deleite en los momentos chistosos, ora con estupor en los más tensos y agitados. Este hecho hace que pensar: el respetable del siglo XXI muestra su más unánime aceptación e interés hacia una película de cine mudo de hace casi 90 años aderezado brillantemente con su música original en directo. Una llamada de atención a la programación de los teatros y al propio cine como arte contemporáneo, los cuales tendrían que ir tomando buena nota de los gustos actuales de una parte de la audiencia, que, como aquellos espectadores coetáneos que descubrieron la genialidad del autor de Candilejas aportando alegría de vivir a los ya de por sí felices años veinte, ven reflejado en Charlot un modelo a seguir de ocio y diversión para estos tiempos revueltos. Nos veremos en abril.

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