Presenciar el concierto anualmente es fijarse detenidamente en todos y cada uno de los detalles visuales y musicales que lo conforman. La profusa decoración floral de la Sala Dorada de la Musikverein es por ejemplo uno de los detalles más deslumbrantes, así como los continuos planos del realizador que van desgranando a los telespectadores el esplendor de su aderezo hasta el más mínimo detalle, sin ningún disimulo de presunción. Asimismo, las imágenes de un apacible paisaje natural o urbano vienés mientras se escuchan algunas de las piezas del concierto viene siendo algo habitual año tras año en este evento, lo que a unos disgusta y a otros fascina, dependiendo de los gustos. Algunos piensan que este concierto representa el aspecto decadente de una sociedad, unos valores y unas costumbres ancladas ya en el pasado, o la radiografía idílica de la sociedad austríaca, pero lo cierto es que sin este tradicional evento musical, retransmitido a través de las televisiones de todo el planeta, cada primero de enero no sería igual.
El programa de este 74º Concierto ha reunido en general obras muy infrecuentes junto a otras que se encuentran en la memoria colectiva de todos los melómanos, llevándose ampliamente el protagonismo las polcas, galops y valses de Josef Strauss en detrimento de las piezas de su hermano Johann. También se ha rendido un merecido homenaje a ese Strauss que no tiene nada que ver con la familia de los valses, el bávaro Richard, con motivo de la efeméride de los 150 años de su nacimiento, con la "Música a la luz de la luna" de su última ópera, Capriccio, un dechado de lirismo de armonías evanescentes para las cuerdas que quizá desentonaba un tanto con el general espíritu alegre y desenfadado del concierto.
Y en este año también se pretendía recordar la efeméride del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial con dos valses que son un canto a la paz, y qué mejor que Barenboim, embajador de la concordia y la solidaridad mundiales a través de la música, para hacer sonar el infrecuente Palmas de la Paz de Josef Strauss y el que dedicara Johann Strauss hijo a su gran amigo Brahms: ¡Abrazaos, millones de hombres!
Respecto a los valses, además de los dos arriba mencionados, con aliento lírico aunque sin la dosis de refinamiento a la que estamos acostumbrados, vehiculó Barenboim el archipopular Cuentos de los bosques de Viena, con un instrumentista de cítara que subrayó la sutileza y el encanto evocador de sus breves solos. El ballet hizo su aparición en el vals de Josef Lanner Los románticos, desde un sobrecargado salón con relieves dorados, y con una coreografía firmada por Ashley Page en la que las parejas no parecían evolucionar, quedándose siempre en los prolegómenos. Deliciosa resultó la recreación del Pizzicato del ballet Sylvia del francés Léo Delibes, que servía de baile a parejas de bailarines vestidos con pintorescos trajes tiroleses (obra de Vivienne Westwood), a cuadros y con faldas al estilo escocés, que ofrecían sus pasos de ballet en unas escaleras de finísimo marfil. Tras ello, una meticulosa lectura del inspirado vals Dynamiden, -Las atracciones secretas- de Josef Strauss, quizá uno de los más bellos y líricos incluidos en todo el programa y donde Barenboim hizo gala de cierto rubatto.
Las dos propinas de rigor llegaron tras la felicitación de año formal del maestro con una mirada extravagante al público: Prosit Neujahr! Un expresivo y vigoroso Danubio Azul fue bailado un año más por una pareja de bailarines desde otro de los salones adyacentes a la Musikverein, que desembocó en la propia sala dorada, como impone la tradición desde que lo hiciera la bailarina española Lucía Lacarra años atrás. Y sorprendentemente, la broma anual del concierto fue dejada en esta ocasión para el final por el argentino-israelí, saludando afectuosamente a todos los miembros de la orquesta mientras tocaban solos la Marcha Radetzky conclusiva, que el maestro, a la vez que subía hasta la sección superior donde se encuentran los contrabajos, indicaba al público de vez en cuando la forma de palmear con unas caras que parecían un auténtico poema.
El retorno a la Musikverein de Viena de nuestro Daniel Barenboim no ha resultado indiferente a nadie, reviviendo el espíritu de la música bailable vienesa, por medio de su poderosa y personal impronta musical.
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