Existe un consenso casi generalizado de que las más geniales antologías de la zarzuela que se han montado en nuestro país han sido las que décadas atrás llevaron la firma del maestro José Tamayo. En una época la nuestra en la que este tipo de espectáculos brilla por su ausencia (por ser muchísimo más demandado hoy en día resulta más habitual encontrar representaciones de zarzuelas completas en las carteleras de los principales teatros) podemos atrevernos a decir que el director de escena Jaime Martorell ha sabido recoger magistralmente el guante de la tradición heredada por el maestro granadino en esta antología de zarzuela madrileña que se ha presentado en el escenario de la Sala Roja de los Teatros del Canal.
Otra muestra de pleno acierto, como es el hecho de ir
dividiendo cada una de las dos partes en que se estructura este espectáculo en las
diferentes épocas históricas en que se desarrollan las zarzuelas compiladas (Madrid castizo, Madrid
post-romántico, Madrid años 20 o Madrid años 30), también ha ayudado a que el
espectador sitúe cada obra y siga sin ninguna dificultad el desarrollo de la
antología.
Todo empieza con unas letras grandes mostrando la palabra Madrid, con el ambiente de jolgorio y verbena en el preludio (donde se escenifica la tumultuosa escena del dúo-habanera) y las seguidillas de la obra de Bretón, así como la aparición posterior del boticario Don Hilarión (como debe ser,
viejo y pellejo), que al término de sus famosas coplas seguirá contemplando a lo lejos, como un paseante, las evoluciones de esta
antología. La Chulapona Manuela será la que entre ahora entonando
su pasacalle con sus planchadoras
(todas congregadas en una plataforma móvil en el lado izquierdo que luego se
usará en la segunda parte). El chotis "Ay, madrileña, chulapa" de esta comedia lírica de Moreno Torroba servirá para
crear ese clima de embeleso madrileño y castizo. Pero la Menegilda de La Gran
Vía, que ha contemplado cómo acaba el baile, irrumpe en
escena echando a todos de allí con muy malos humos para poder lanzar al
respetable su conocidísimo Tango en el que se lamenta de sus labores como
sirvienta. Esa misma Menegilda se reconvertirá tras la llegada de su galán en
la protagonista femenina del dúo a ritmo de habanera de la revista Las Leandras de Alonso, en el que le pide a su amado que le lleve a la Verbena de San Antonio. Un salto
en época despeja de nuevo el escenario para abrir paso al gallardo coronel de
húsares Javier Moreno, que llega a caballo escoltado por dos de sus
guardias. Y cómo no, lo hace cantando su romanza “De este apacible rincón de Madrid”. Luisa Fernanda se queda aún con la Mazurca de las sombrillas,
que viene a repoblar el escenario de jóvenes parejas con sombrillas, así como
de la distinguida Duquesa Carolina y el propio Javier. Llegarán luego Luisa y
el labriego Vidal, en su dúo del primer acto “En mi tierra extremeña”, que
acaba con sabor amargo para el extremeño tras la salida inesperada de Luisa
Fernanda. El paso por la obra maestra de Moreno Torroba concluye, pero aún
permanecemos en el Madrid romántico con El
último ídem que nos mostraron Reveriano Soutullo y Juan Vert. Una vez más se
exhiben la chulería y el garbo madrileños, en este caso de las señoras
mostrando sus mantillas en el famoso pasacalle de las mismas liderado por
Aurora. Después, el escenario quedará de nuevo desierto para que un inspirado e
íntimo Enrique entone su lírica romanza “Bella enamorada”.
Y algo especialmente novedoso y ¡de nuevo, imaginativo! que llamó especialmente la atención fue el cerrar la primera parte de la antología interpretando el pasacalle de los chisperos de La Calesera de Alonso desde la óptica de los años 20 (tras haberse presenciado una encantadora puesta en escena de la “Ensalada madrileña” de Don Manolito de Sorozábal que da título a la antología “¡Viva Madrid!” como si fuera un ensayo coral en esos mismos felices 20). Ese coro, con chisperos, guardias de corps y toreros, se mostraba grabado en directo por un equipo cinematográfico (con obligada presencia de director, cámara y apuntador) como si de una grabación de una escena para película de época se tratara mientras las imágenes eran proyectadas en tiempo real por encima del escenario. Un traspaso de época que ha sido llevado con entera creatividad y sin chirriar en absoluto, siendo por ello digno de elogio.
Pero no sólo tiene efectividad el final de la primera parte.
La segunda, que abre con el preludio de El
tambor de granaderos de Chapí le sirve a Martorell para mostrar en escena
una auténtica batalla entre las tropas napoleónicas y el aguerrido pueblo
español, mostrando un golpe visual de auténtico efecto al sustituir la
primigenia bandera tricolor francesa, de tamaño gigantesco, pendida de la zona
superior central, por una desgarrada roja y gualda española, al término de la
celebérrima pieza sinfónica del maestro de Villena. Esos madrileños goyescos
victoriosos frente al invasor francés sirven de puente idóneo para dar paso al
Madrid conspiratorio del rey Carlos III con la obra maestra de Barbieri, El barberillo de Lavapiés, con acto de presencia del barbero
Lamparilla y de su amada, la costurera Paloma. Al término de las “caleseras”, la
plataforma móvil donde se congregan todos los personajes protagonistas
desaparece de la escena tirada como una auténtica calesa. Vendrá luego un
escenario nocturno más austero, con el desengaño amoroso de la desazonada Rosa
en su romanza de Los claveles de
Serrano y la comicidad que trae la revista de sucesos El año pasado por agua de Chueca y Valverde, que provee de un solo
paraguas al dúo cómico entre el actor protagonista de la obra, Julio Ruiz, y su
amante. Acto seguido, bicicletas y farolas en hilera serán los elementos decorativos del “piropo madrileño” de María
Manuela de Moreno Torroba y tres números de La del manojo de rosas de Sorozábal, antes del paso procesional de Doña Mariquita de mi corazón de Alonso,
y el colofón final, glorioso, con el colorismo de la reina de las zarzuelas, Doña Francisquita, un retorno al Madrid
romántico para cincelar este cuadro zarzuelero con la villa y corte como
protagonista.
En verdad se ha conseguido presentar una muestra muy
significativa de lo que es la zarzuela de ambiente y temática madrileña (muchas de las piezas que conforman esta antología se encuentran en el disco de igual nombre editado hace unos años por Deutsche Grammophon con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid dirigidos por Miguel Roa y con el tenor Plácido Domingo como principal protagonista). No
obstante, el gran amante de nuestro género lírico podrá echar de menos ciertas obras
fundamentales que cantan a Madrid, pero las escogidas hacen realmente justicia a
Madrid y a la zarzuela en su conjunto. Así, encontramos piezas que, aunque muy
bellas y tarareadas, se prodigan bastante poco en los escenarios, como ese mencionado
pasacalle “Jueves Santo madrileño”, perteneciente a la revista Doña Mariquita de mi corazón, con una puesta en escena que trae todo el
recogimiento y el carácter recargado de una procesión: imagen, cofrades,
penitentes, mantillas, etc.
En la función asistida la soprano Amparo Navarro, la
mezzosoprano Cristina Faus, el tenor José Luis Sola, el tenor cómico Juan
Carlos Barona y el barítono Ángel Ódena fueron los cinco solistas vocales que
se metamorfoseaban constantemente en los diferentes caracteres de cada obra. Todos ellos han
interpretado zarzuela en los escenarios y no les pilla de sorpresa el género, al que defienden con absoluto rigor. Encantaron sobre todo las dotes para la
escena de las voces femeninas, con una Cristina Faus que exhibía gracia y madrileñismo
por los cuatro costados en cada una de sus recreaciones, así como emoción y entrega en Luisa Fernanda y Los claveles, a pesar de que el
factor de dicción vocal fuera algo no tan plenamente conseguido. Aun así, tanto
Amparo Navarro (no menos garbosa y pizpireta) como Faus mantuvieron el tipo en sus respectivas tesituras, colocando gran
número de agudos. Un término medio en histrionismo resultó la primera recreación
de Juan Carlos Barona, la de Don Hilarión, y en general muy bien cantadas todas sus
interpretaciones como tenor de carácter, hasta su Cardona final. De Ángel Ódena
se ha dicho últimamente que tiende demasiado a cantar a plena voz, pero en esta
ocasión se le notó muy mesurado, mostrando un cuidado fraseo, así como una
elegancia y un porte en escena exquisitos. Pero la mayor ovación de la noche se
la llevó José Luis Sola, un cantante que tiene en el futuro mucho que ofrecer
al público español, frente al cual su bello timbre y capacidad de regular el
sonido sirven para avalarle. Aquí regaló impagables interpretaciones, preñadas
de matices expresivos muy personales, de las romanzas para tenor de Luisa Fernanda, El último romántico y Doña
Francisquita. En suma, piezas de lo más apetitosas y dulces para un tenor
lírico de zarzuela. La labor del Coro y la Orquesta de la Comunidad de Madrid en
este repertorio no se van a poner en ninguna duda. Ambos conjuntos vuelven a
encontrar en Manuel Coves un director que sabe comprenderles al cien por cien. El trabajo de concertación fue satisfactorio entre coro, orquesta y solistas, a pesar de que en ocasiones el joven maestro Coves extrajera demasiado voltaje de la formación madrileña.
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