Bien se merecía un homenaje teatral la importante figura del compositor madrileño del Barroco Juan Hidalgo (1614-1685) en este año en que se cumplen cuatro siglos de su nacimiento. Carlos Mena, alma mater de este emocionante viaje por lo divino y lo humano, ha conseguido mostrar al espectador del siglo XXI un repertorio injustamente olvidado de nuestra historia musical desde el valor de lo imperecedero e intemporal.
Desde la beatífica imagen inicial que protagoniza un Mena sacerdote
hasta el torrente de vitalismo desplegado en la última jácara por los tres
solistas, pasamos sin solución de continuidad por un caudal de sentimientos religiosos
y emociones humanas que en ocasiones se entremezclan confusamente: la espiritualidad,
la melancolía, el regocijo, el erotismo, la pasión amorosa, la muerte o la devoción. Pero los
tonos de Hidalgo (sacados en su gran mayoría de su obra Los celos hacen estrellas -1672-, con texto de Juan Vélez de
Guevara) siempre están ahí, omnipresentes, dando vida y significado pleno al
ciertamente complejo y enmarañado universo de las pasiones humanas, con el
apoyo de transiciones instrumentales en forma de chaconas, villanos, canarios, folías,
marionas y jácaras, que muestran el elemento bailable y popular.
Para llevar a buen término este justo homenaje a Juan
Hidalgo ha sido determinante el magnífico trabajo conjunto de los tres solistas
en sintonía con los virtuosos instrumentistas de la Capilla Santa María,
integrados y distribuidos inmejorablemente por esa gran plataforma catedralicia
que conforma el escenario, en forma de gran retablo.
Además de ser el ideólogo de este sensacional espectáculo
que le convierte en uno de los máximos reivindicadores de la música de Juan
Hidalgo, no hay ninguna duda de que el contratenor Carlos Mena es uno de los
mejores y más reputados cantantes de esta singular tesitura vocal, y ello lo demostró
más que sobradamente seduciendo al respetable mediante su cadencioso y modulado
canto, de sutiles inflexiones y tímbrica plena de contratenor. Completaron
el trío vocal la soprano ligera Alicia Amo, de vibrante registro agudo y notable desenvoltura
escénica, y el barítono José Antonio López, que a pesar de poseer una voz de proyección
contundencia, supo no obstante imprimir el necesario cariz poético a sus solos.
En el conjunto instrumental encontramos grandes nombres de la interpretación de
música antigua y barroca, como el percusionista Pedro Estevan o el archilaudista
Juan Carlos de Mulder, amén del violinista Andoni Mercero, derroche de virtuosismo
brindado en las variaciones encomendadas a su instrumento en unas folías del
siglo XVII. A destacar asimismo la labor de otro trío de figurantes-bailarines,
no nombrados en el programa pero que formaron parte esencial junto a los
solistas vocales de esta “anatomía de las pasiones”.
En definitiva, desde aquí hay que dar la enhorabuena y
agradecer por una parte al coliseo de la calle Jovellanos y por otra a la
constancia artística de Carlos Mena esta iniciativa teatral que honra la
memoria de uno de los más relevantes compositores del barroco español que
escribieron para la escena.
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