Estoy hablando de la holandesa Christina Deutekom, y como cualquier lector de esta bitácora ya se figurará, precisamente esta ópera de Mozart fue mi primera adquisición operística, siendo yo aún un chaval barbilampiño. El cuento aparentemente infantil de La flauta mágica sedujo a este adolescente desde el momento en que escuchaba por la radio las arias de Papageno, y ello valió para decidirle a descubrir por medios discográficos todo el universo sonoro de una de las óperas (y obras musicales en su conjunto) más grandes que haya creado el género humano.
Elegí por mera inercia, y creo que hice bien, la grabación de Sir Georg Solti con la Filarmónica de Viena para la casa Decca, mítico registro de 1969 que contaba con un reparto de auténticas campanillas (nunca mejor dicho tratándose de las de Papageno), encabezado por una incomensurable Pilar Lorengar como Pamina, el tenor de bellísimo material Stuart Burrows en Tamino, un Martti Talvela de incontestable autoridad como Sarastro, un genial e impagable Hermann Prey en su papel fetiche de pajarero Papageno, un eficacísimo Monostatos de Gerhald Stolze, un más que notorio orador de Dietrich Fischer-Dieskau cuyos cuatro minutos de papel le quedan cortísimos y, cómo no, esa personalísima Reina de la Noche, personaje aparentemente bueno, pero que finalmente se descubre infinitamente diabólico, en la voz de Christina Deutekom.
En aquel entonces, sin apenas referencias en mi cabeza para comparar versiones, esta soprano de afilado timbre me fascinó por su manera aparentemente simple y de enorme facilidad a la hora de abordar esos estratosféricos faes sobreagudos de la famosa aria del acto segundo, "Der Hölle Rache". Su voz parecía prácticamente plastilina por cuanto elástica, amoldándose como un guante a esa auténtica prueba de fuego que el genio de Salzburgo la destina en apenas dos minutos de auténtico furor y venganza maternal, momento culminante y expresivo donde los haya en toda la historia de la ópera, utilizado y desvirtuado hasta la extenuación en múltiples películas y anuncios publicitarios.
No se quedaba lejos la Deutekom en su primer aria del acto inicial ("O Zittre Nicht"), en la que se presenta a los ojos del príncipe Tamino como una madre víctima a la que han arrebatado cruelmente a su querida hija. La parte final del aria me resultó en mi primera escucha algo simple y llanamente sorprendente. El abordaje de esas semicorcheas de increíble ascenso en la tesitura vocal me resultaba como quien va saltando piedras ágilmente para cruzar un angosto río. Ahí radicaba la enorme personalidad vocal de Deutekom, en la que el timbre, de punzante metal, arrebataba desde el primer instante, y su apabullante técnica de la coloratura mozartiana, ese bellísimo y complicadísimo ornamento que el genio de Mozart no coloca por capricho, sino para embellecer la ya de por sí bella línea vocal, aun a costa de rebasar la tesitura de una soprano lírico-ligera.
No vamos a negar aquí que a veces se ha criticado a esta cantante su espectacularidad y cierto histerismo acometiendo las notas más agudas de sus dos únicas arias protagonistas (se lamenta el hecho de que el personaje de la Reina de la noche carezca de desarrollo dramático y musical en esta obra maestra), pero lo cierto es que, por su misma concepción personalista, es algo único y novedoso, (¿casi inédito podríamos decir?) que no se encuentra en versiones de otras cantantes reputadísimas que han hecho auténticas creaciones de este papel, como por ejemplo Lucia Popp. Quede aquí consignado, pues, este pequeño recuerdo de un melómano, por aquella época en ciernes, a la memoria de Christina Deutekom.
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