Representar cualquier obra de teatro lírico en un escenario al aire libre siempre conlleva sus riesgos técnicos y/o artísticos. Por un lado es necesario disponer de una adecuada megafonía para asegurar la eficiente proyección de los cantantes y los instrumentistas, que sin embargo en ocasiones puede acarrear problemas de ruido. Por otro lado, la movilización de recursos escenográficos se hace en general mucho más aparatosa cuando cambia continuamente la localización espacial de la obra en cuestión, siempre en el caso de que la dirección escénica se atenga a una versión fiel al libreto.
Algunos de estos riesgos afectaron negativamente a la
presente puesta en escena, de factura clásica y convencional, de la compañía Ópera Cómica de Madrid, que dirige el
experimentado hombre de teatro lírico Francisco
Matilla, de la zarzuela más taquillera del madrileño Federico Moreno
Torroba. Hay que reconocer que Luisa
Fernanda no es La revoltosa,
título que la misma compañía representó hace un año en los Jardines de Sabatini
(habitual escenario de los Veranos de la Villa hasta el presente año, que ha sido
sustituido por el ayuntamiento madrileño por el escenario de Puente del Rey, en
Casa de Campo). La unidad de tiempo y acción de la obra mencionada de Chapí, a
lo que añadimos su mayor brevedad, ayudan a una puesta en escena más ágil y
cómoda si la pericia del director de escena acompaña, como fue efectivamente el
caso. En cambio, entendemos que la zarzuela de Moreno Torroba, ambientada durante
la revolución que destierra a la reina Isabel II, exige de sustanciales modificaciones
y movimientos en la escenografía por su misma distribución espacio-temporal en
tres actos bien diferentes entre sí. Estamos, por tanto, ante una obra mucho más
ambiciosa a nivel escénico y teatral que un sainete de género chico,
aparentemente más manejable desde la óptica escenográfíca.
Ya no es sólo la pertinente o no utilización de plataformas elevadas
con escaleras metálicas que provocaron alguna que otra leve caída de algún
corista, la demora entre cada escena y acto para redistribuir y modificar ese
mobiliario escénico, los ruidos y susurros de un personal artístico
indeterminado a través de los micrófonos, la inactividad en ocasiones de alguno
de éstos, la discutible pausa para el descanso o la inseguridad en la entrada
de cierta cantante, fallos y defectos de diversa naturaleza en un estreno, por
supuesto unos más tolerables que otros, que pueden irse limando según avancen
las representaciones.
Pero por encima de todo ello se vislumbra en el presente caso una
característica aún más importante si cabe, una vez más y por desgracia
convertida ya en norma teatral: la voluntaria intromisión en la idiosincrasia
de la obra original materializada sobre todo en la labor de poda del texto
hablado de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, que ha sido recortado a
lo meramente esencial para permitir un mediano entendimiento de la trama. A
pesar de que por fortuna en esta labor de recorte no se ha suprimido el
bellísimo y exaltado monólogo de Luisa dirigido a la altiva duquesa Carolina en
que defiende un orden social diferente, algo que sí se ha retirado imperdonablemente
es una parte esencial del “hablado sobre música” conclusivo, en el momento en
que el derrotado coronel Javier pide a Vidal que Luisa le dé un último beso de
padre, y la subsiguiente reacción airada del extremeño, un parlamento de una
gran intensidad expresiva que lamentablemente viene siendo ya muy habitual que
se suprima en demasiadas representaciones de esta zarzuela, dejando el final de
la obra cojo e inexacto. Otro “hablado sobre música” que ha sufrido la misma
suerte ha sido el poético recitado de alusiones patrióticas y liberales que
expone Luis Nogales al final del acto segundo.
Asimismo, Matilla idea en su propuesta que combina
diferentes planos de altitud en la disposición escénica, un recurso teatral que
por su inocencia podría convencer sólo a aquella parte del público que no
conoce la obra, como es el incluir estrofas de la famosa habanera del saboyano
(“Marchábase el soldado”) cantadas por una voz femenina (caracterizada a la
manera de lazarillo) con un escueto acompañamiento de percusión, para
introducir cada uno de los actos, con lo que la pieza completa en sí no llega a
escucharse nunca en su totalidad ni mucho menos es colocada en su lugar
correspondiente, que es tras la primera escena de Mariana, Rosita y Luis
Nogales. El uso de esta invención dramatúrgica de carácter unitario hace que se
prescinda por completo del animado coro que abre el segundo acto, de carácter
costumbrista y previo a la mazurca de las sombrillas, que contiene material
musical de la propia habanera del soldadito. En esta reducción de música
también sale perjudicado el melancólico final del primer acto, donde se han cortado
frases musicales de Vidal Hernando, Luisa Fernanda, Mariana, Aníbal y Nogales.
Hasta aquí, es claramente notorio el propósito y la
presunción general de agilizar obsesivamente la trama, reduciendo al mínimo las
relaciones entre los personajes, sin desarrollar sus perfiles psicológicos y
teatrales más allá de las escasas frases del texto conservado y de la acción teatral que ya va describiendo de por sí la siempre inspirada, agradable y elegante música del autor madrileño,
algo que consideramos un error al presentar un producto escénico que no se
ajusta del todo a la realidad, por criterios de ahorro netamente temporal y/o
artístico. Prevéngase entonces al espectador que lo que va a presenciar no es
una Luisa Fernanda al uso, sino una
versión bastante recortada de la obra original.
En el reparto elegido se percibe una irregular aportación en
algunos de los miembros que lo componen. La soprano Milagros Martín, tras haber dado vida a varios personajes maduros y
contrastando en edad con sus tres compañeros principales, retorna aquí a un
nuevo cometido protagonista, el cual, pese a dotarlo de arrebato y entrega en
escenas como la de la revolución, o introspección, como el dúo final con Javier,
su general aportación, impostada, estática y afectada, no hace justicia al
papel de Luisa Fernanda todo lo que hubiera sido deseable, ya que éste requeriría
de una mayor frescura y naturalidad vocal; aún así, como consumada actriz que
sigue siendo, la artista destina lo mejor de sus cartas en su monólogo hablado,
espléndidamente recitado. Alejandro
González se mueve dentro de su papel muy dignamente y sin excesos brindando
gallardía y lirismo al personaje de Javier; en el plano vocal ostenta una voz
de grato timbre, netamente lírico. El barítono Gerardo Bullón es un Vidal de timbre suave y agradable que emite
con soltura todas las notas sin destacar por especiales sutilidades en el
fraseo, medias voces y filados, pero que mantiene en todo momento una
aportación muy digna del hacendado extremeño, a cuya recreación ha dotado
insólitamente del acento de la tierra tanto al plano hablado (muy adecuado)
como al cantado (entendemos que no tan acertado). El cuarteto protagonista lo
completó en esta función de estreno la joven soprano Noemí Irizarri, que como duquesa Carolina exhibió una fresca y muy
estimable voz con un cuidado fraseo luciéndose especialmente en la escena de la
subasta. El resto de secundarios (la
Mariana excelentemente teatralizada pero un tanto limitada en
lo vocal de Trinidad Iglesias, el un tanto sobrio Nogales del veterano tenor
Ricardo Muñiz al que injustamente le suprimen su lujoso parlamento sobre música,
el ajustado Don Florito de Javier Ibarz o el muy correcto Aníbal de Carlos
Crooke) completan la función de una Luisa
Fernanda que dirige con soltura desde el foso Óliver Díaz al Ensamble Instrumental de Madrid con precisa atención
a los cantantes a pesar de alguna aislada descoordinación con el escenario y
una ligera tendencia a elegir tempi
bastante vivaces.
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