miércoles, 12 de agosto de 2015

"Luisa Fernanda" en Puente del Rey: tiempo de recortes

5/8/2015. Escenario Puente del Rey (Madrid). Veranos de la Villa. Luisa Fernanda (Moreno Torroba).

Representar cualquier obra de teatro lírico en un escenario al aire libre siempre conlleva sus riesgos técnicos y/o artísticos. Por un lado es necesario disponer de una adecuada megafonía para asegurar la eficiente proyección de los cantantes y los instrumentistas, que sin embargo en ocasiones puede acarrear problemas de ruido. Por otro lado, la movilización de recursos escenográficos se hace en general mucho más aparatosa cuando cambia continuamente la localización espacial de la obra en cuestión, siempre en el caso de que la dirección escénica se atenga a una versión fiel al libreto.

                                     
Algunos de estos riesgos afectaron negativamente a la presente puesta en escena, de factura clásica y convencional, de la compañía Ópera Cómica de Madrid, que dirige el experimentado hombre de teatro lírico Francisco Matilla, de la zarzuela más taquillera del madrileño Federico Moreno Torroba. Hay que reconocer que Luisa Fernanda no es La revoltosa, título que la misma compañía representó hace un año en los Jardines de Sabatini (habitual escenario de los Veranos de la Villa hasta el presente año, que ha sido sustituido por el ayuntamiento madrileño por el escenario de Puente del Rey, en Casa de Campo). La unidad de tiempo y acción de la obra mencionada de Chapí, a lo que añadimos su mayor brevedad, ayudan a una puesta en escena más ágil y cómoda si la pericia del director de escena acompaña, como fue efectivamente el caso. En cambio, entendemos que la zarzuela de Moreno Torroba, ambientada durante la revolución que destierra a la reina Isabel II, exige de sustanciales modificaciones y movimientos en la escenografía por su misma distribución espacio-temporal en tres actos bien diferentes entre sí. Estamos, por tanto, ante una obra mucho más ambiciosa a nivel escénico y teatral que un sainete de género chico, aparentemente más manejable desde la óptica escenográfíca.

No vamos a entrar aquí sobre la pertinencia de montar una zarzuela grande como es Luisa Fernanda en un escenario municipal al aire libre y con escasos recursos escénicos, o de hacerlo en un teatro propiamente dicho con el mayor número de facilidades que éste proporciona para la puesta en escena, ya que en muchas ocasiones se han conseguido grandes logros representando obras líricas y teatrales en escenarios callejeros, sin salirnos de nuestras fronteras. Lo que sí hay que poner de manifiesto es si una obra como Luisa Fernanda tolera de manera digna el tratamiento al que ha sido sometida en esta ocasión. Ante lo presenciado, entendemos que desafortunadamente no ha sido así.

Ya no es sólo la pertinente o no utilización de plataformas elevadas con escaleras metálicas que provocaron alguna que otra leve caída de algún corista, la demora entre cada escena y acto para redistribuir y modificar ese mobiliario escénico, los ruidos y susurros de un personal artístico indeterminado a través de los micrófonos, la inactividad en ocasiones de alguno de éstos, la discutible pausa para el descanso o la inseguridad en la entrada de cierta cantante, fallos y defectos de diversa naturaleza en un estreno, por supuesto unos más tolerables que otros, que pueden irse limando según avancen las representaciones.

Pero por encima de todo ello se vislumbra en el presente caso una característica aún más importante si cabe, una vez más y por desgracia convertida ya en norma teatral: la voluntaria intromisión en la idiosincrasia de la obra original materializada sobre todo en la labor de poda del texto hablado de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, que ha sido recortado a lo meramente esencial para permitir un mediano entendimiento de la trama. A pesar de que por fortuna en esta labor de recorte no se ha suprimido el bellísimo y exaltado monólogo de Luisa dirigido a la altiva duquesa Carolina en que defiende un orden social diferente, algo que sí se ha retirado imperdonablemente es una parte esencial del “hablado sobre música” conclusivo, en el momento en que el derrotado coronel Javier pide a Vidal que Luisa le dé un último beso de padre, y la subsiguiente reacción airada del extremeño, un parlamento de una gran intensidad expresiva que lamentablemente viene siendo ya muy habitual que se suprima en demasiadas representaciones de esta zarzuela, dejando el final de la obra cojo e inexacto. Otro “hablado sobre música” que ha sufrido la misma suerte ha sido el poético recitado de alusiones patrióticas y liberales que expone Luis Nogales al final del acto segundo.

Asimismo, Matilla idea en su propuesta que combina diferentes planos de altitud en la disposición escénica, un recurso teatral que por su inocencia podría convencer sólo a aquella parte del público que no conoce la obra, como es el incluir estrofas de la famosa habanera del saboyano (“Marchábase el soldado”) cantadas por una voz femenina (caracterizada a la manera de lazarillo) con un escueto acompañamiento de percusión, para introducir cada uno de los actos, con lo que la pieza completa en sí no llega a escucharse nunca en su totalidad ni mucho menos es colocada en su lugar correspondiente, que es tras la primera escena de Mariana, Rosita y Luis Nogales. El uso de esta invención dramatúrgica de carácter unitario hace que se prescinda por completo del animado coro que abre el segundo acto, de carácter costumbrista y previo a la mazurca de las sombrillas, que contiene material musical de la propia habanera del soldadito. En esta reducción de música también sale perjudicado el melancólico final del primer acto, donde se han cortado frases musicales de Vidal Hernando, Luisa Fernanda, Mariana, Aníbal y Nogales.

Hasta aquí, es claramente notorio el propósito y la presunción general de agilizar obsesivamente la trama, reduciendo al mínimo las relaciones entre los personajes, sin desarrollar sus perfiles psicológicos y teatrales más allá de las escasas frases del texto conservado y de la acción teatral que ya va describiendo de por sí la siempre inspirada, agradable y elegante música del autor madrileño, algo que consideramos un error al presentar un producto escénico que no se ajusta del todo a la realidad, por criterios de ahorro netamente temporal y/o artístico. Prevéngase entonces al espectador que lo que va a presenciar no es una Luisa Fernanda al uso, sino una versión bastante recortada de la obra original.

En el reparto elegido se percibe una irregular aportación en algunos de los miembros que lo componen. La soprano Milagros Martín, tras haber dado vida a varios personajes maduros y contrastando en edad con sus tres compañeros principales, retorna aquí a un nuevo cometido protagonista, el cual, pese a dotarlo de arrebato y entrega en escenas como la de la revolución, o introspección, como el dúo final con Javier, su general aportación, impostada, estática y afectada, no hace justicia al papel de Luisa Fernanda todo lo que hubiera sido deseable, ya que éste requeriría de una mayor frescura y naturalidad vocal; aún así, como consumada actriz que sigue siendo, la artista destina lo mejor de sus cartas en su monólogo hablado, espléndidamente recitado. Alejandro González se mueve dentro de su papel muy dignamente y sin excesos brindando gallardía y lirismo al personaje de Javier; en el plano vocal ostenta una voz de grato timbre, netamente lírico. El barítono Gerardo Bullón es un Vidal de timbre suave y agradable que emite con soltura todas las notas sin destacar por especiales sutilidades en el fraseo, medias voces y filados, pero que mantiene en todo momento una aportación muy digna del hacendado extremeño, a cuya recreación ha dotado insólitamente del acento de la tierra tanto al plano hablado (muy adecuado) como al cantado (entendemos que no tan acertado). El cuarteto protagonista lo completó en esta función de estreno la joven soprano Noemí Irizarri, que como duquesa Carolina exhibió una fresca y muy estimable voz con un cuidado fraseo luciéndose especialmente en la escena de la subasta. El resto de secundarios (la Mariana excelentemente teatralizada pero un tanto limitada en lo vocal de Trinidad Iglesias, el un tanto sobrio Nogales del veterano tenor Ricardo Muñiz al que injustamente le suprimen su lujoso parlamento sobre música, el ajustado Don Florito de Javier Ibarz o el muy correcto Aníbal de Carlos Crooke) completan la función de una Luisa Fernanda que dirige con soltura desde el foso Óliver Díaz al Ensamble Instrumental de Madrid con precisa atención a los cantantes a pesar de alguna aislada descoordinación con el escenario y una ligera tendencia a elegir tempi bastante vivaces.

 

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