Galanteos en Venecia,
a pesar de su completo desconocimiento hoy en día, es una zarzuela grande en
tres actos que vio su estreno con gran éxito en el Teatro del Circo de Madrid
en 1853, tan sólo dos años después del estreno de la obra que representó un auténtico
hito de modernidad en la historia de nuestro género lírico como es Jugar con fuego. El libreto debido a
Luis Olona, con situaciones más o menos típicas o afortunadas, posee una trama de
ambientación histórica con un trasfondo marítimo y militar en la ciudad de los
canales del siglo XVI (la fascinación por Venecia, de raíz caballeresca y romántica, era
notoria en el siglo XIX), y se compone de una historia de enredos y conquistas
amorosas entre la nobleza y las capas populares que acerca la obra al vodevil y las escenas cómicas al sainete de tradición hispana.
Para el rescate de este relevante descubrimiento lírico, la
dirección escénica ha recaído en un importante hombre de teatro y de escena humorística
que convenció ampliamente a crítica y público en varios montajes de zarzuela
puestos en escena en este teatro, por encima de todos ellos su formidable
producción de Los sobrinos del capitán
Grant, estrenada y repuesta durante varios años con éxito ininterrumpido. Paco Mir ha vuelto a dar rienda suelta
a su siempre acertada e imaginativa inventiva cómica amenizando el libreto un
tanto plúmbeo de Olona tan alejado al espectador de hoy. Y lo ha hecho situando
la obra en el contexto de un ensayo con destino a una grabación, con regidores y
equipo técnico de nuestros días entremezclados con los personajes de la obra, que
si bien distrae un tanto de la enrevesada línea argumental, compensa con la
carcajada que del público extrae el entrañable cómico Pepín Tre en sus monólogos de los entreactos.
No obstante, y como demanda una obra escénica de estas características, el contexto histórico se respeta escrupulosamente con los lujosos y refinados trajes de época debidos a Anna Güell y con el trasfondo de una muy variada y espectacular escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Cosso, que levantó el aplauso del público al descubrir las brumas marinas el asombroso buque del acto tercero, demostrándose una vez más cómo se pueden aprovechar los elementos escenográficos a niveles inusitados y nunca imaginados.
Como es habitual en este teatro, el reparto de la obra se sustenta en firmes y eficaces valores de nuestra lírica. La soprano Sonia de Munck desprende mucho candor como Laura, hija del marino Marco, y su frescura vocal se ajusta sin reparos ni problemas de ningún tipo a las dificultades de su tesitura en el registro superior exigidas en su delicada romanza. La mezzosoprano Cristina Faus, tras su reciente incursión en Los diamantes de la corona, vuelve aquí a un nuevo y aristocrático personaje, el de la condesa Grimani, que es, salvando las distancias, un trasunto de la despechada Condesa Almaviva de Le nozze di Figaro de Mozart, y que compone con porte aristocrático y soberbia autoridad vocal.
En el apartado masculino, encontramos aportaciones de igual
calidad, comenzando por el barítono José
Antonio López como el capitán español Don Juan, que a pesar de una cierta
brusquedad en la emisión, dota a su personaje de seductor de un gran empaque. Por
su parte, el barítono Antonio Torres,
a pesar de no poseer un personaje de demasiada extensión, aporta una recreación
valiente y entregada del soldado Andrés, amante de Laura. El tenor Carlos Cosías brinda un precioso timbre vocal y una elegancia en la
línea de canto como el conde Grimani, escondido en varias personalidades para ocultar
sus desvíos a su esposa la condesa. Entre los secundarios de esta producción,
hay que destacar la siempre excelente labor del bajo Fernando Latorre, que hace completamente suyos los roles que
interpreta, en este caso el del maduro invidente Marco, así como la del tenor Juan Manuel Padrón como el lazarillo
Pablo, que frecuenta con igual gracejo escénico, y envuelto en suntuosos
ropajes, tanto el lujoso palacio de los Grimani como los calabozos del recio buque
de Don Juan. El coro titular del teatro y la Orquesta de la Comunidad de Madrid
terminan de rubricar, bajo la batuta de un habilidoso y oportuno en dinámicas y
concertaciones, Cristóbal Soler, la
exhumación de esta zarzuela grande del maestro Barbieri. Grande no sólo por su
extensión, sino por su enorme calidad y variedad de hallazgos. Una deuda con la
historia de nuestra lírica que bien merecía saldarse.
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