sábado, 17 de octubre de 2015

"Galanteos en Venecia", el Barbieri de los canales

Por desconocida, a una gran parte de la producción lírica de Francisco Asenjo Barbieri aún no se la ha hecho justicia. Como hizo recientemente con su zarzuela grande Los diamantes de la corona, el Teatro de la Zarzuela ha vuelto a reparar en el compositor madrileño dando inicio a la última temporada firmada por el italiano Paolo Pinamonti con el rescate de un nuevo título que se enmarca dentro de ese dilatado proceso compositivo que culmina con El Barberillo de Lavapiés, último eslabón de una cadena que perseguía el nacionalismo de la escena lírica española.


Galanteos en Venecia, a pesar de su completo desconocimiento hoy en día, es una zarzuela grande en tres actos que vio su estreno con gran éxito en el Teatro del Circo de Madrid en 1853, tan sólo dos años después del estreno de la obra que representó un auténtico hito de modernidad en la historia de nuestro género lírico como es Jugar con fuego. El libreto debido a Luis Olona, con situaciones más o menos típicas o afortunadas, posee una trama de ambientación histórica con un trasfondo marítimo y militar en la ciudad de los canales del siglo XVI (la fascinación por Venecia, de raíz caballeresca y romántica, era notoria en el siglo XIX), y se compone de una historia de enredos y conquistas amorosas entre la nobleza y las capas populares que acerca la obra al vodevil y las escenas cómicas al sainete de tradición hispana.

 

Las situaciones del texto de su fiel colaborador le sirven a Barbieri para hacer sobresalir una música muy inspirada en su mayor parte en la que se identifica plenamente su sello propio, pero donde hace suyas todas las posibilidades que le ofrece el estilismo belcantista italiano, a lo que hay que añadir una serie de números musicales de una gran singularidad netamente Barbieri: un dúo entre los dos rivales amorosos (el capitán Don Juan, -sempiterno nombre para un seductor-, y el conde Grimani) en el que se superponen magistralmente dos serenatas de diferente estética; un número cómico destinado a un personaje secundario (el lazarillo Pablo, que, completamente ebrio, se ha introducido en el palacio de la condesa Grimani a instancias de ésta, y canta un brindis delante de todos los cortesanos) y en el cual se introducen, como parte del acompañamiento de la línea melódica principal, onomatopeyas instrumentales de una gran comicidad por parte del coro. A todo ello hay que añadir un manejo experto de los números corales cerrados (algunos de ellos con ritmos locales, como el de tarantela que abre la zarzuela) y unos desarrollados números de conjunto en los que mediante la continuidad musical el compositor mantiene la tensión dramática con oficio y sabiduría teatral.

 

Para el rescate de este relevante descubrimiento lírico, la dirección escénica ha recaído en un importante hombre de teatro y de escena humorística que convenció ampliamente a crítica y público en varios montajes de zarzuela puestos en escena en este teatro, por encima de todos ellos su formidable producción de Los sobrinos del capitán Grant, estrenada y repuesta durante varios años con éxito ininterrumpido. Paco Mir ha vuelto a dar rienda suelta a su siempre acertada e imaginativa inventiva cómica amenizando el libreto un tanto plúmbeo de Olona tan alejado al espectador de hoy. Y lo ha hecho situando la obra en el contexto de un ensayo con destino a una grabación, con regidores y equipo técnico de nuestros días entremezclados con los personajes de la obra, que si bien distrae un tanto de la enrevesada línea argumental, compensa con la carcajada que del público extrae el entrañable cómico Pepín Tre en sus monólogos de los entreactos.

 

No obstante, y como demanda una obra escénica de estas características, el contexto histórico se respeta escrupulosamente con los lujosos y refinados trajes de época debidos a Anna Güell y con el trasfondo de una muy variada y espectacular escenografía de Juan Sanz y Miguel Ángel Cosso, que levantó el aplauso del público al descubrir las brumas marinas el asombroso buque del acto tercero, demostrándose una vez más cómo se pueden aprovechar los elementos escenográficos a niveles inusitados y nunca imaginados.

 

Como es habitual en este teatro, el reparto de la obra se sustenta en firmes y eficaces valores de nuestra lírica. La soprano Sonia de Munck desprende mucho candor como Laura, hija del marino Marco, y su frescura vocal se ajusta sin reparos ni problemas de ningún tipo a las dificultades de su tesitura en el registro superior exigidas en su delicada romanza. La mezzosoprano Cristina Faus, tras su reciente incursión en Los diamantes de la corona, vuelve aquí a un nuevo y aristocrático personaje, el de la condesa Grimani, que es, salvando las distancias, un trasunto de la despechada Condesa Almaviva de Le nozze di Figaro de Mozart, y que compone con porte aristocrático y soberbia autoridad vocal. 

 

En el apartado masculino, encontramos aportaciones de igual calidad, comenzando por el barítono José Antonio López como el capitán español Don Juan, que a pesar de una cierta brusquedad en la emisión, dota a su personaje de seductor de un gran empaque. Por su parte, el barítono Antonio Torres, a pesar de no poseer un personaje de demasiada extensión, aporta una recreación valiente y entregada del soldado Andrés, amante de Laura. El tenor Carlos Cosías brinda un precioso timbre vocal y una elegancia en la línea de canto como el conde Grimani, escondido en varias personalidades para ocultar sus desvíos a su esposa la condesa. Entre los secundarios de esta producción, hay que destacar la siempre excelente labor del bajo Fernando Latorre, que hace completamente suyos los roles que interpreta, en este caso el del maduro invidente Marco, así como la del tenor Juan Manuel Padrón como el lazarillo Pablo, que frecuenta con igual gracejo escénico, y envuelto en suntuosos ropajes, tanto el lujoso palacio de los Grimani como los calabozos del recio buque de Don Juan. El coro titular del teatro y la Orquesta de la Comunidad de Madrid terminan de rubricar, bajo la batuta de un habilidoso y oportuno en dinámicas y concertaciones, Cristóbal Soler, la exhumación de esta zarzuela grande del maestro Barbieri. Grande no sólo por su extensión, sino por su enorme calidad y variedad de hallazgos. Una deuda con la historia de nuestra lírica que bien merecía saldarse.

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