Dentro del ciclo "Grandes Clásicos" de la Fundación Excelentia, la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional acogió el 12 de mayo la actuación del veterano director estadounidense David Effron, que al frente de la Orquesta Clásica Santa Cecilia presentó un programa integrado por obras de repertorio de Tchaikovsky, Grieg y Rimsky-Kórsakov.
Abriendo el concierto, la Obertura solemne 1812 se construyó sobre un interesante discurso narrativo por parte de un director que, a pesar de sus muchos años, derrochó energía y vitalismo, ora lanzando entradas con vehemencia aquí y allá, ora manteniéndose expectante dejando a la orquesta en solitario, la cual respondió en todo momento a lo que el maestro demandaba. ¡Cuánto rinde esta formación cuando hay un buen maestro al frente de ella! El efectista final de esta popularísima pieza de circunstancias fue sencillamente apoteósico, con la sección de percusión tocando a pleno rendimiento.
Para el no menos célebre Concierto para piano de Edvard Grieg se contó con el solista ruso Yevgeni Subdin, un joven valor que desbordó asombrosamente en un derroche de alarde y precisión técnica con nitidez, de musicalidad y de expresión, demostrando que el repertorio romántico no se le resiste. De ningún modo hay que perder la pista a este intérprete, que ya ha tocado con las grandes batutas internacionales y sería sumamente interesante verle de nuevo en España en autores románticos tan en línea con su personalidad musical como Chopin o Liszt.
El concierto se cerró con la suite sinfónica Schéhérezade de Rimsky-Kórsakov, un auténtico tour de force para cualquier orquesta que se precie, sobre todo a la hora de poder conseguir un rico colorido y variedad tímbrica. Y lo cierto es que no fueron éstos escasos a lo largo de una lectura exquisita y embriagadora, de belleza de sonoridad y de claras esencias orientales, que supo asimismo calibrar magníficamente los contrastes dinámicos en movimientos tan complicados en carácter narrativo, por prolongados, como el primero, que describe la tormenta marítima, y el cuarto, donde la reiterativa y acelerada demanda rítmica del discurso orquestal y la posterior explosión de sonido que ilustra cómo se estrella el barco de Simbad contra las rocas, fueron conseguidos a niveles ciertamente excepcionales. Se percibió un grandísimo trabajo detrás de esta interpretación de la partitura de Rimsky-Kórsakov, cuyo máximo mérito se debe al maestro Effron, que supo extraer de la Orquesta Santa Cecilia lo mejor de sí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario