La
compañía privada Ópera Cómica
de Madrid que lidera Francisco
Matilla vuelve a arriesgar
presentando con empeño en la capital española un nuevo espectáculo lírico de su
cosecha en el escenario de la Sala Guirau del Teatro
Fernán Gómez (Centro Cultural de la Villa) titulado "Un brindis
por la Zarzuela. La invitación misteriosa", ya estrenado previamente en
otras ciudades españolas. En este caso el director de escena, con el apoyo de
la producción ejecutiva de Concerto
XXI NVivo, convoca diversos números de zarzuelas absolutamente inéditas y
desconocidas de los Padres de la Zarzuela como Barbieri o Gaztambide, junto a
otras más populares de autores como Fernández Caballero, Chapí o Vives; números
sacados de su contexto original que van desfilando a la vista del espectador
adquiriendo una nueva dimensión situacional para adaptarse a la trama de la
nueva dramaturgia ideada.
La historia gira en torno a Roberto, un bon
vivant que
recibe la misteriosa invitación de un desconocido llamado "Marqués de
Transilvania" para acudir a un baile de máscaras, la cual aprovechará en
la ausencia de su esposa y de su amante. Allí, en la morada del Marqués, y bajo
el amparo inicial de las máscaras, se desarrollarán una serie de enredos,
equívocos y disparatadas situaciones con Alberto y Laura, primo y amiga de su
esposa Adela, la propia Adela, Luisa (la amante de Roberto), así como con
Ruperto, el criado del Marqués (que no piensa en otra cosa que en las copas de
licor), el lunático pianista (que se protege con amuletos para combatir a los
vampiros) y la inquietante presencia del extraño Marqués. Salvando todas las
distancias, el espectáculo, tal y como está concebido, por lo vodevilesco de
las situaciones planteadas y con el brindis como hilo conductor, parece sugerir
el argumento o, más bien, tiende a ser un leve y cándido remedo a la española de
la opereta El murciélago de Johann
Strauss (hijo) sin mayores consecuencias.
Lo cierto es que aunque la trama pueda parecer ingenua y hasta simplona en ocasiones, el verdadero mérito está en conseguir hilvanar con facilidad fragmentos de diversas zarzuelas desconectadas entre sí para hacer avanzar la acción. De los números desconocidos seleccionados, la gran mayoría son de cariz cómico y hacen una verdadera exaltación, cual diversos tipos de brindis, al vino y a cualquier bebida alcohólica, lo que convierte a todo el espectáculo en un "apropósito", un simbólico brindis por la zarzuela como género musical con el aporte visual de un buen número de borracheras sobre el escenario protagonizadas en su mayor parte por el personaje del criado Ruperto en comunión con el vividor Roberto.
Así, se
escuchan números de Robinson y El niño de Barbieri, El amor y el almuerzo y Una vieja de Gaztambide, Periquito de Ángel Rubio o La Calandria de Chapí, obras todas que demuestran
que iban dirigidas en su época a un público ávido de diversión y
entretenimiento; piezas que poseen músicas pegadizas y bailables, como
mazurcas, valses o habaneras ("música rubia", citando a Amadeo Vives
cuando aludía a la música de Pablo Luna, nos dicen en el programa de mano del
espectáculo), y con textos de una profunda carga cómica que simpatizan y tienen
mucho que ver con el imperante discurso finisecular del género chico. Así,
estas obras contrastan con la seriedad de otras como La viejecita y El cabo primero de Fernández Caballero o Bohemios de Vives, donde el elemento
amoroso hace acto de presencia.
Estimo que quizá no es hacerle demasiado favor a nuestro teatro lírico el hecho de modificar los cantables originales (el hipotexto) en ciertas partes de los números vocales para adecuarlos a la nueva dramaturgia, totalmente novedosa, actual y contemporánea, ya que se desvirtúa el contenido real e irreemplazable de esos números que obedecen legítimamente a la dramaturgia del libreto primario del que forman parte. Es el caso aquí del "vals de la borrachera" de Château Margaux (planteado como una hipnosis del vampiresco "Marqués" hacia Luisa) o el dúo que cantan ambos de La viejecita, donde lo que en el original de Miguel Echegaray es una mujer (precisamente el también personaje de Luisa) descubriendo la verdadera identidad de su amante (el militar Carlos) disfrazado de anciana, se convierte aquí en el descubrimiento que experimenta Luisa (la amante de Roberto) de la mujer de éste: un travestimento a la inversa que antes del esclarecimiento de la identidad de Adela posee visos de cierto erotismo pero que al final adquiere tintes de reprimenda y lección a Luisa y Roberto, y por lo tanto, el nuevo “argumento” del dúo está desprovisto de carga amorosa alguna.
Con la
precisa y atenta concertación de Sergio
Khulmann, que da vida al excéntrico pianista, el reparto vocal posee voces
muy jóvenes en su gran mayoría integrantes de la compañía Ópera Cómica, como
las de las sopranos Irene
Palazón, Sagrario Salamanca y Oihane Viñaspre, y las
de los tenores Enrique Sánchez
Ramos o Ángel Piñero, que defienden con
rigor y estilo un repertorio que han perfeccionado gracias a la labor tras de
sí de Francisco Matilla. La nota madura y veterana la pone el tenor Ricardo Muñiz, que a pesar de
ciertos reparos en la afinación ciertamente insignificantes, realiza un
exquisito papel del miedoso Alberto.
En
definitiva, pese a la descontextualización musical, nos encontramos ante una
oportunidad única para descubrir algunos números de zarzuelas desconocidas, y a
la vez, pasar una velada teatral amena y divertida entre copa y copa brindando
por nuestro género lírico.
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