Resulta casual y llamativo que en las mismas fechas que el Teatro Real de Madrid desarrollaba sus funciones de Aida en la mítica producción de Hugo de Ana que aquí reseñé (así como en la revista Mundoclasico), y en la misma semana que se conmemoraba el centenario del descubrimiento de la tumba del faraón egipcio Tutankamón por Howard Carter en el Valle de los Reyes (4 de noviembre), el céntrico madrileño Teatro Amaya, en el Paseo General Martínez Campos, a escasos metros de la glorieta de Bilbao, proponía unas cuantas funciones de la denominada opereta bíblica La corte de Faraón, una parodia de libro de la aludida ópera verdiana debida al ingenio de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios con la excelsa música del levantino Vicente Lleó. Con ella, el género sicalíptico llegaba a a su apogeo a principios de siglo XX, una forma de hacer teatro lírico de gran aparato y fastuosidad en la que primaba lo sugerido a lo explícito.
En esta feliz coincidencia de fechas, los artífices de llevar a escena este paradigma de la picardía y el erotismo musico-teatral, la obra más célebre de su autor musical, ha sido la Compañía L'Operamore liderada por el barítono Marco Moncloa, perteneciente a la saga de artistas que inauguró la insigne profesora y directora de orquesta Dolores Marco. Junto a la zarzuela de Lleó, esta compañía ha representado en el Amaya en el flamante I Festival de Ópera y Zarzuela Rigoletto de Verdi y varios títulos taquilleros de género chico ampliados con morcillas varias para sacarlos de su limitada duración de apenas una hora, tales como La revoltosa, La verbena de la Paloma y Gigantes y Cabezudos, esta última de presencia mucho más interesante por ser apenas vista en un teatro madrileño. Una ilusionante iniciativa que sinceramente alabo y que espero se mantenga en el tiempo, en este pequeño y acogedor teatro consagrado al humor o donde buenamente se pueda, para que el aficionado y curioso, experto o neófito, pueda disfrutar de una temporada lírica de zarzuela paralela a la del teatro de la calle Jovellanos. Eso sí, con medios mucho más modestos y escasos pero con una dignidad fuera de toda duda.
La dilatada experiencia de los que integran el reparto aseguran unas representaciones de alta calidad, de entrada la sola presencia de los miembros de esta saga de cantantes y actores, que tratan de revestir al género lírico español de sus mejores galas. En primer lugar, Lorenzo Moncloa, tenor y director de escena de este montaje oriental de tintes dorados, así como empresario que monta Verbenas y antologías cada verano en el Teatro Gran Vía, entre otros muchísimos proyectos dentro y fuera de Madrid, que aquí da vida a un casto José seriote pero chistoso, alejándolo del ridículo de otras propuestas con su buena planta, y que no duda en introducirse en las butacas, -ya que no lo hace en otros huecos-, para huir del fuerte apetito sexual de su señora Lota. Luego su hermano Marco, dueño de todo el cotarro zarzuelero en el Amaya, encarnando a un eficaz Putifar, de pose gallarda y vanidosa, y mucho vozarrón; y la hermana de ambos, la incombustible Amelia Font, que se sirve ella sola para dar vida a una Viuda en vez de a las tres del libreto original, con un texto añadido que la convierte en una madura señora insatisfecha pero que da muchos consejos sobre lo que es y cómo se hace el amor, el de verdad. Todo un cuadro el suyo.
A lado de este trío de ases, la no menos dilatada experiencia y veteranía de otros cantantes que no han dudado ni un segundo en unirse a esta aventura de revitalizar el género: la soprano Milagros Martín, toda una habitual en el Teatro de la Zarzuela, ahora con papeles de característica, aquí con una Reina que desborda pasión tanto en el plano vocal como en las hechuras de inmensa artista teatral en las que envuelve al personaje. Animal de escena, literalmente se come a la sensual Lota de la soprano Belén López, de canto ágil y ligero. Y al lado de Martín, la circunspección escénica de quien fuera su compañero en esa antológica Chulapona de Gerardo Malla de finales de los 80 en la Zarzuela, el tenor Ricardo Muñiz como su esposo el Rey, la voz (aquélla de metal tan lírico) ya resentida pero con empaque en las cuatro frases que posee, amén de la seriedad con que despacha el chistoso texto hablado en la parte final.
Y como de sicalipsis va el tema, los cuplés babilónicos de Sul se alternan con un juego interaccional con el público (marca de la casa de Lorenzo Moncloa) donde los chistes sexuales abundan, gracias al desparpajo de una grácil Marta Heras, quien da además vida a una correcta Raquel. Completan el plano humorístico, consiguiendo la sonrisa del espectador, el abiertamente sexualizado Aricón de Antonio Queimadelos y el dúo de soldados (Selhá y Seti) de Francisco J. Sánchez y Miguel Ferrer. Debajo del escenario, y siguiendo la fórmula que se vio en el Teatro Reina Victoria en el verano de 2019, ocho escasos músicos a las órdenes de Montserrat Font -otro miembro de la dinastía Moncloa- reviven con notable realización sonora todas las refinadas melodías de Vicente Lleó.
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