El por otro lado competente director de Linz ya había adquirido fama en sus citas anteriores con los filarmónicos vieneses de persona antipática, fría y sosa, pues su dificultad para sonreír y para incluir bromas durante el transcurso del concierto más presenciado por televisión en todo el mundo era más que manifiesta. Fiel a su peor versión de sí mismo, Welser-Möst ha brindado una velada que podemos calificar de correcta sin más a nivel de realización interpretativa, debido a una limitada imaginación para las dinámicas y el vuelo y cantabilidad de los valses, -esas obras bailables tan complicadas de dirigir como tanto grandes maestros atestiguan-, que a veces sonaron planos y plúmbeos, monótonos por momentos, así como un esfuerzo considerable -y una resistencia en ocasiones- en cuanto a desprenderse de su natural seriedad y rigidez. La sonrisa casi dibujada en su cara no se agrandaba más de lo necesario al dirigirse a los profesores de la Filarmónica de Viena que tocan más solos que dirigidos, con una tersa y aterciopelada cuerda y unos soberanos metales.
No se puede negar que no se le da mal extraer ritmo en las polcas rápidas y los galops. Resultaron llamativas y llevadas a buen compás la cuadrilla sobre temas de la opereta El barón gitano y la polca rápida Venid con alegría de Johann Strauss hijo en la primera parte, o la Polca de las campanas y Galop del Ballet Excelsior de Josef Hellmesberger en la segunda, donde asistimos al peculiar timbre del xilófono de metal y la curiosa percusión que simula el telégrafo, anticipando el uso sonoro de la tecnología, ya en el siglo XX, por parte del estadounidense Leroy Anderson en sus minipiezas de concierto.
Aun así, la elección de algunas otras páginas no ayudó a levantar el interés de una cita que por momentos ahondaba en el más puro aburrimiento e indolencia, por la gran cantidad de repertorio rescatado del baúl y por anodina batuta. En la más breve primera parte, el impopular vals de Carl Ziehrer, de una factura melódica exquisita, En una noche acogedora, ganó grandemente en intensidad y hondura por la orquesta vienesa al anteriormente escuchado de Josef Strauss, Poemas heroicos. Con castañuela y ocasional ritmo pseudo español comenzó la segunda parte en esa obertura de la opereta Isabella de Suppé, no tan lograda como tantos otros prólogos orquestales del autor para la escena. No fue hasta la llegada del vals Acuarelas, en el tramo final, página esbozada con una línea plausible en sus diferentes secciones -sin superar eso sí, a las respectivas versiones vienesas de Abbado y Ozawa-, cuando se halló una pieza realmente deliciosa de Josef Strauss en todo el programa, ya que el inmediatamente anterior Allegro de concierto, una fantasía orquestal con ausencia casi absoluta de ritmo de baile exceptuando el acelerado final, no despertó especial interés. Pese al uso del silbato para simular el trinar de las aves, el onomatopéyico vals Jilgueros, igualmente de Josef, no gana en inspiración y finura a aquel otro que dedicó a otra especie voladora, las Golondrinas de los campos de Austria.
Anecdótica y singular fue la presencia de los Niños y Niñas (éstas por vez primera) Cantores de Viena vestidos de marineritos por Eva Poleschinski (hubiéramos soñado con que cantaran el homónimo coro de La Gran Vía de Chueca y Valverde) para traer encanto y delicadeza infantil a la polca francesa Espíritus alegres del segundo vástago de la saga Strauss. Qué lástima que su delicado e inocente canto no repitiera en la subsiguiente polca rápida Para siempre (titulada en inglés, "For ever") de Josef, pues circula por ahí una versión de susodicha pieza con las inigualables voces de los Wiener Sängerknaben. El siempre espectacular y distinguido Ballet Estatal de Viena, por su parte, nos deleitó con tres coreografías del experimentado Ashley Page en dos emblemáticos enclaves del riquísimo patrimonio arquitectónico austriaco: cuatro parejas bailando el refinado vals Perlas de amor de Josef en pabellones exteriores y dentro del colosal y lujoso Palacio de Laxenburg; una pareja llena de gracejo, ella con cazamariposas, al aire libre en el jardín de la abadía o monasterio de Melk animando la polca Arriba y lejos del benjamín de los hermanos, Eduard Strauss, y el poco rubateado Danubio Azul, danzado por cinco parejas, de nuevo en Melk, pero esta vez en sus decorados interiores.
En definitiva, lo sentimos mucho, ni a la de tres Franz Welser-Möst nos consigue convencer en el Concierto de Año Nuevo en el que, sin desprenderse de su elegante chaqué con chaleco, acapara protagonismo en el intermedio hojeando un álbum de fotos de finales del XIX en el documental, un año más firmado por el excelente director Michael Beyer y muy elaborado en cuanto a ritmo y riqueza de planos, sobre la Exposición Universal de Viena de 1873, importantísimo evento para el desarrollo industrial vienés, que cumple en 2023 su 150 aniversario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario